Tibet
sábado 15 de marzo de 2008
© Sergio Plou
Artículos 2008

    Recuerdo los Juegos Olímpicos de Moscú, boicoteados por Occidente bajo la excusa de que en la URSS no existían las libertades más elementales. Tras la caída del muro y la guerra fría, no se barajan los conceptos democráticos de la misma manera y mucho menos aplicando el mismo rasero a la dictadura maoísta que tan sabiamente han pintado de capitalismo salvaje los dirigentes políticos de la China actual. Las Olimpiadas de Pekín serán un alarde de relojería humana y a ella asistirán todas las naciones del globo, olvidando la revuelta que ocurrió hace unos años en la plaza de Tiananmen, las penas de muerte con pelotón de fusilamiento en sus instalaciones deportivas o la invasión del Tibet, un país ocupado por el ejército chino desde 1950. En China no hay libertad, por eso inquieta a sus líderes que vaya una islandesa y modifique la letra de una de sus canciones para reclamar la independencia del Tíbet, justo cuando en las calles de Lhasa, su capital, se producen graves disturbios durante los cuales son asesinadas varias personas. Es difícil precisar cuántas, porque las autoridades no suelen dar detalles de estas circunstancias. Sin embargo han notificado que los artistas que acudan a China tendrán que firmar un contrato especial en el que se comprometan a no emitir ningún tipo de declaración política. Si lo incumpliesen, no cobrarían. Los artistas chinos no gozan del mismo fuero, ya que entran en la órbita de los disidentes y en el mejor de los casos les han reservado celda en una prisión abarrotada. China es un caso excepcional. No aguanta las críticas, ni internas ni externas, por esta razón casi nadie hace públicas sus discrepancias. Pocos se arriesgan a llevarle la contraria a esa gran potencia económica. Jefes de estado y empresarios de toda laya observan a China como un ejemplo en sueldos de miseria. Es un territorio fértil para la prosperidad de sus negocios, una zona en blanco para contaminar y corromperse con el beneplácito gubernamental. La única oposición clara se presenta en el Tíbet, cuyos ciudadanos se ven obligados a aprovechar el momento de debilidad en el que se encuentra su invasor, al menos en cuanto a su proyección internacional se refiere. Millones de turistas inundarán China gracias a los Juegos Olímpicos, muchos de los cuales visitarán como siempre el Tíbet. Y ahora más que nunca, debido al tren de alta velocidad que une Lhasa con Pekín, donde la tecnología más puntera se ha puesto al servicio de la invasión cultural. Así que no pueden dejar pasar la oportunidad: tal vez sea la última. La resistencia pacífica ordenada a los tibetanos por el último Dalai Lama, en caso de un baño de sangre en la capital, obligaría al líder religioso a forzar la situación presentándose de improviso en sus calles. Así colocaría a China y a la diplomacia internacional en un grave compromiso, sin precedentes y tan complejo, como prohibir el paso al Everest para que no cuelguen los tibetanos sus banderas y pancartas.

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