El Cuaderno de Sergio Plou

      

martes 13 de abril de 2010

Ahora y en la hora




  Voy a dejar al margen la clásica teoría de la conspiración, que tanto me encanta, y me voy a creer por un instante que pilotos experimentados, aviadores bregados en vuelos internacionales y acostumbrados a llevar de aquí para allá a jefes de estado, diputados y demás mandamases polacos, causen un desastre fenomenal gracias por lo visto a un estúpido empecinamiento. Por lo que cuentan las crónicas, y sin que nadie les animara, no intentaron aterrizar una ni dos sino hasta cuatro veces en el aeropuerto militar próximo a Katyn, terminando ésta última por reventar el avión contra el mismo bosque al que acudían a rendir culto, donde precisamente vagan entre la espesura las almas de veinte mil de sus compatriotas asesinados en la época de Stalin. Si la versión oficial es cierta no queda más remedio que asumir la vida como un ridículo contratiempo: la extraña excepción de una constante calamidad.

  Resulta más reconfortante pensar que una entidad secreta sea capaz de sabotear un avión y mandar al garete a medio gobierno, a un nutrido grupo de parlamentarios y a la cúpula militar de un país, antes que asumir la ineptitud de unos tripulantes que a saber si hicieron una apuesta, quedaron a jugar al póquer con los colegas o pretendían echarse un polvo legendario. Si les apretaba una indescifrable vagancia, la de aterrizar en Bielorrusia supongo, o tenían alguna cuenta pendiente en Minsk y por nada del mundo estaban dispuestos a atender a las peticiones de la torre de control para que dieran media vuelta porque no se veía un carajo, es un misterio que cubrirá sus lápidas hasta que alguien cuente algo con un mínimo de sentido común.

  En mi ignorancia tiendo a creer que los aviadores o los cirujanos, como aquellos profesionales que de una forma directa tienen en sus manos la vida de los demás, aparte de la propia, son personas responsables, que no se dejan llevar por la impaciencia ni la tontería, que miden sus actos con detalle y que sólo yerran cuando se producen fallos ajenos a su voluntad y a su sangre fría. Por eso suelen cobrar unos sueldos flipantes, salvo en los Estados Unidos, donde no llegan a fin de mes y tienen varios empleos. Allí para ser piloto tienes que estar dispuesto a servir hamburguesas en un macdonalds y en tus ratos de ocio completar el sueldo fregando escaleras. La aviación está tan mal pagada que sobrevive por vocación, para que luego digan que los americanos no viven en el tercer mundo. Igual en Polonia ocurre lo mismo, quién sabe, y los pilotos habían apañado un negocio en su destino para redondear la minuta, por eso hicieron cuatro intentos de aterrizaje en deplorables condiciones, el último de ellos mortal.

  A espera de lo que cuente la caja negra, tampoco se explica que tanta gente vip se anime a volar en un mismo aparato. Entre otras razones porque si se dan una nata y la diñan todos -como es el caso- surgen las sospechas y cuesta un pico el recambio generacional. La ciudadanía tiende a mesarse los cabellos y caer de rodillas en los funerales, sobre todo en Polonia, donde es un hábito rezar a lomo caliente, pero cuando hay que adelantar las elecciones y se produce una crisis institucional conviene resolver los enigmas cuanto antes. Si es raro que los pudientes, por ahorrarse el chocolate del loro, desaparezcan al unísono de la faz de la tierra, todavía es más extraño que los pilotos se jueguen la vida sin ton ni son.