Antes de la tempestad, llega la calma
jueves 9 de octubre de 2008
© Sergio Plou
Artículos 2008

    Hoy me largo a Madrid y mañana estaré en Ávila, que también disfrutan de sus fiestas patronales —en honor de santa Teresa— por estas fechas. Se nota que vivimos en un país laico gobernado por un partido socialista. Decían los conquistadores romanos que las ardillas podían recorrer la península ibérica saltando de árbol en árbol desde el Cantábrico hasta Gades. Ahora los hispanos podemos huir de la crisis de fiesta en fiesta y, como en el juego de la oca, tirar de nuevo porque se nos lleva la corriente. A pesar de la recesión, han vuelto las obras a mi domicilio. Sentir cómo destroza mis tímpanos un martillo neumático en el patio de luces me devuelve a la realidad. No todo está perdido en la economía de mercado, los transilvanos continúan dando el callo en la ortopedia colindante para poner en pie lo que un año de estos será un burdel de lujo para la elite zaragozana. No tengo la certeza, desde luego, pero con el dineral que llevan invertido en el local cabe entender que sus dueños no instalarán después una frutería. Para escapar de la agresión acústica, ayer me di el bote al teatro Principal, donde ponían en escena la obra «Arte», de Yasmina Reza dirigida por Recabarren. La actuación se me antojó corrientita, pero el argumento era de rabiosa actualidad. Es cierto que se trata de la tercera versión que llega a las tablas y que me perdí la primera, diseñada por Flotats, pero aún así desbroza de una manera tan brillante las relacciones humanas que pude olvidarme durante un rato del crack. Lo mismo del crack financiero que del crack que podría producirse en las estancias de mi «loft» baturro. Desde el tercer piso del teatro, asomado a la balaustrada y esquivando las cabezas del público gracias a los prismáticos, tuve el placer de contemplar a tres amigotes —Luis Merlo, O' Dogherty e Iñaki Miramón— cuya amistad entra en barrena, dejando ver en su caída todas las fricciones de poder que atrapaban a sus sentimientos desde la infancia. La amistad masculina se convierte en manos de los tres protagonistas en una subespecie de espaguetti western. No hay tiros ni se atracan bancos, pero las nítidas relaciones de mando que se manejan en el mundilo intelectual también tienen su forma peculiar de hacer pupa, circunstancia que da origen a situaciones hilarantes. La acción se desencadena tras la compra de un cuadro muy especial, una pintura que cuesta cincuenta mil euros. Gastarse hoy una cantidad tan abultada podría ser una inversión, sobre todo cuando la peña más pudiente no sabe qué hacer con la pasta que tiene. Sin embargo, el personaje que procede al dispendio se arruina en el esfuerzo. Vive de un sueldo holgado, casi bollante, pero una vez que observamos el lienzo una sonora carcajada recorre el patio de butacas. Es lo que hay y hasta aquí puedo leer antes de hacer la troli. Confío que a la vuelta no se haya parado el planeta ni me hayan abierto un butrón en el retrete.

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