Calor, cacos y coches
martes 6 de mayo de 2008
© Sergio Plou
Artículos 2008

    Ya se busca la sombra. Se recogen las catalíticas y se saca el ventilador, la ropa de invierno vuelve a los cajones y aparecen las camisetas de manga corta. La llegada del calor se nota en los currantes de la Expo, que están exhaustos y aprovechan el cuarto de hora del bocadillo para tirarse a descansar en plena acera. Los primeros turistas, que vienen de Soria, les retratan con el móvil. Ahora hacemos fotos con el teléfono y escribimos en la pantalla del televisor, incluso nos hablan las agendas, aunque sea para recordarnos la cita con el psiquiatra. Cada día que pasa es más evidente que el siglo XXI lleva camino de ser un infierno. El precio del petróleo sigue subiendo, los bancos quieren cobrarnos por cada céntimo que saquemos de la libreta de ahorros y la antesala del caos nos pilla con las cárceles llenas. La prisión de Zuera se levantó en plan sueco y ahora no cabe un alfiler. Entre rejas no tendría que haber más de mil reclusos y sin embargo caben el doble, así que van pasándose a cuchillo para hacerse un hueco. Los nazis, que necesitan el doble de espacio en libertad, una vez en la cárcel actúan como la lepra y se abren camino entre gitanos sajando gargantas. Vivimos en la fase precrítica de la Expo, se arresta a todo lo que se mueve y luego, tras los barrotes, no hay tiempo de ir separando a la chusma por razas ni creencias, de modo que se arma un sindiós. Mercedes Gallizo, la alcaide del país, la que tanto habla de la misión educativa de los centros penitenciarios, se ha quedado sin ideas y los jueces, viendo el cariz que toma el motín, comienzan a hacerse los locos. Así que los rateros de poca monta se olvidan de asaltar pisos, se calzan a la espalda una mochila amplia y van a dar el palo a los automóviles. Se fabrican tantos coches y son todos tan parecidos que su seguridad es una simple cuestión de lotería. No me extrañaría nada que en unos meses el robo de vehículos termine considerándose un deporte ecológico. Los ciclistas estarían muy contentos de que mangar un coche desgravase en Hacienda. Saben que si no es así, en lugar de en casa, acabaremos viviendo en el párking. Es una idea que bulle en el inconsciente colectivo. Una buena parte de la masculinidad rodante trata de facto a su vehículo como si fuera su segunda residencia, de hecho lo emplean como tal cuando reciben la orden de alejamiento o se divorcian. Sería muy triste que los aparcamientos temporales, como el erial que se extiende junto al puente del Tercer Milenio, una vez concluida la Expo diera lugar a una ciudad dormitorio. Sería mejor que terminase construyéndose allí el campo de fútbol, después, claro está, de que se abandone el plan de Miraflores y los gabinetes de arquitectura se hayan cubierto los riñones dibujando inútiles croquis. Quién sabe. El alcalde, de momento, anda buscando un sitio para el Rastro porque en las piscinillas de Eduardo Ibarra, junto al Auditorio, sólo queda espacio para chapotear. Y si no espabila el hombre igual le piden el sitio los de Interpeñas y le clavan allí las ferias. Todo es posible a 39 días del acabóse. Todo excepto la cordura.

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