Chitón
lunes 12 de noviembre de 2007
© Sergio Plou
Artículos 2007

    No lo puedo evitar, hay asuntos que saltan como un gato a la cara y te encuentras de pronto escribiendo. El chitón del Rey merece unas líneas porque es un asunto grave. Lo de menos, a mi pobre juicio, es que mande callar a alguien sino que su presencia a modo de timbre o sello se está yendo al garete cada vez que toma postura. Dicho de otra forma, el Rey está gagá. No debe de abrir la boca salvo para dar discursos o saludar: ese tipo de asuntos reprtesentativos y protocolarios que se le han reservado a la monarquía por mandato constitucional. Y lo gordo es que todavía lo sabe. Después de mandar silencio de semejantes formas al presidente de Venezuela, el monarca tuvo tiempo de reflexionar sobre su horrorosa metedura de gamba e hizo mutis por el foro. Confieso que, cuando le vi levantarse al pedo del butacón, al igual que ocurre en los reality shows, pensé que iba a darle dos gallas a Chávez. Hubiera cabido perfectamente. Pero no, el Rey se largó. No sé si rumiando senilmente lo mal que le había sentado la comida o mascullando cualquier sandez sobre lo cargante que puede resultar el dictadorzuelo venezolano. Eso es lo de menos. Lo básico es que el Rey resulta ya imprevisible. Puede cagarla en cualquier momento y los periodistas no pueden disimular lo evidente. Al contrario, es primera plana en todos los periódicos. Estamos viviendo un momento histórico. Tarde o temprano la Casa Real anunciará la abdicación del Rey, no porque lo diga el anormal de Jimenez Los Santos sino porque el abuelo se va de la olla que da gloria verle. Dicen que es cosa de la tensión política. Yo creo que es simplemente la tensión arterial. Cualquier día lo vemos en pantuflas, porque la vejez es así de campechana y pierde las vergüenzas con facilidad. Entonces podremos decir del Rey que no es otra cosa que el abuelo de España, pero uno tiene que saber cuándo le llega el tiempo de bajarse de la moto. Apasionarse con la sinceridad monárquica, esa supuesta autoridad del Rey para hacer callar a un cargante, sólo evidencia que se le está sacando la cara justificando un protagonismo del que la Corona no puede apropiarse. La diplomacia de cualquier cumbre latinoamericana está teñida de populismo y manejarse con cierta delicadeza entre tanta salida de tiesto requiere mucha cintura, anchas espaldas y un buen registro de habilidades. Supongo que el Ministerio de Asuntos Exteriores se habrá tenido que emplear a fondo para resolver los entuertos derivados de este encontronazo. El Rey no está para provocar conflictos sino para ejercer de árbitro allá donde le compete. Si quería salir en defensa del presidente Zapatero, pues en ese instante tenía la palabra, debería de haber encontrado otra fórmula. Un chascarrillo de los suyos, cualquier tontería. Ese temperamento de hastío, tan salido de madre, es el que me hubiera gustado ver durante la asonada del 23-F, en la línea del general Gutiérrez Mellado mandando callar a los golpistas. Ahora está fuera de lugar. Lo único que consigue es ponerse en entredicho.

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