Cicatrices
jueves 15 de diciembre de 2011
Sergio Plou

  Cisne X-1, el agujero negro de la Vía Láctea, engulle una nebulosa con la misma facilidad que el rey se zampa unos percebes. Sus súbditos, tan ajenos al espectáculo interestelar como al meteorismo de la corona, asisten impertérritos y en directo al juicio de los trajes, un pelotazo que los analistas denominan «la trama Gurtel», y que no esconde otra cosa que la financiación ilegal del partido que triunfó las pasadas elecciones. Mientras tanto, parece que el desnudo de Paz Vega mosquea a los curas pero que el calendario de Ryanair no levanta las sotanas con idénticas pasiones. La peninsula sigue girando alrededor del sol y de Alemania, pero se entretiene con asuntos de ropa o se indigna al observar la carencia textil, cualquier circunstancia es buena para no entrar al trapo y coser con puntadas cortas el tejido del país, cuya musculatura se desangra en cinco millones de parados. Son tiempos durísimos, hemos vivido por encima de nuestras posibilidades y se acabó la fiesta, qué les voy a contar que no sepan.

  El símbolo de esta fiesta, en Zaragoza, fue la Expo: una finca donde se derrochó el dinero a paletadas y además se coló el Ebro con un prensapurés. Ocurrió en nuestra propia jeta y los medios de comunicación jalearon con dicha el despilfarro. Ahora nos cuentan que, para pagar aquello, nos tienen que subir el precio del tranvía y el autobús. Creíamos que para ahorrar se cerrarían después los cuarteles y se llevarían los tanques a la chatarra, sin embargo son los derechos y las libertades, la sanidad y la educación, los jornales y la bolsa de la compra, los que se lanzan por la ventana. Se puede elegir dónde recortar, de la misma manera que en su momento eligieron dónde iban a tirar el dinero, pero no se atreven. Ni se lo cuestionan.

  Todavía es más fácil asaltar Libia que el Banco de Santander. Teniendo un ejército y un montón de cuerpos de policía, podría preguntarse cualquiera para qué sirve la guardia civil. O viceversa. Sirven para que el ministerio del interior se funda medio millón de euros en limpiar las chozas de los treinta y tantos tenientes generales que la dirigen. Son tiempos duros, eso parece, pero sólo para la mayoría. Los jefes no van a renunciar a sus macrosueldos, aunque disfruten de un minitrabajo. Y desde luego no van a pillar la fregona. Su minicurro consiste en podar los salarios de los demás y regalar las sobras a sus amigos. Y en ese contexto la Expo de Zaragoza, como la de Sevilla o las olimpiadas de Barcelona, son monumentos a la gula, reliquias de la especulación y tapaderas del botín.

  Sostiene de manera fascinante un tal Enrique, jefe de los socialistas vascos, que «no son tiempos para gobernar, que se vive mejor en la oposición y que está encantado de haber perdido las elecciones». A este hombre no se le ocurre otra posibilidad de maniobra, de modo que, si hubiera ganado, ahora estaría haciendo lo mismo que la Dolores. Me refiero a la Cospedal. Esta señora, emulando a sus amigotes del gobierno catalán, comprendió que no daba abasto con las tijeras y se convirtió directamente en una trituradora. En su intento por viajar en el tiempo y regresar a 1950, pretende cerrar ahora las trece casas de acogida para maltratadas y los ochenta y pico centros de la mujer que hay en su comunidad, incluido el de emergencias. A Cospedal, por sus acciones de represalia, la apodan como «Castiga» La Mancha, pero no es la única bestia parda del corral. Los políticos están convencidos de que la única manera de salir de esta mierda es cavar un agujero profundo, el que nos proyectará a todos hasta el mismo culo de la galaxia. Y obedecemos sin problema ni complejo alguno. Sin rechistar.

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