Clásicos populares
lunes 29 de junio de 2009
© Sergio Plou
Artículos 2009

    Con la llegada del buen tiempo y los sofocos veraniegos reaparecen en los pueblos de la España profunda las más chuscas estampas. Viendo los videos y reportajes que estos días siembran la red, todos a medio camino del esperpento o la amarga carcajada, se puede afirmar que ni Berlanga logró plasmar con tanta crudeza la realidad que nutre el alma de nuestros campos peninsulares. Y no me refiero a los lanzamientos de cabras por el campanario ni a la suelta de toros de fuego por las callejuelas, macabros espectáculos que son seguidos con desigual entusiasmo por lugareños y sociedades protectoras de animales. Ahora que el alcohol y la calorina empapan los encierros y que volver al redil, veraneando en tu localidad de origen, se ha convertido gracias a la crisis en la única opción turística al alcance de una mayoría, se extiende también una extraña alarma social por las ciudades. Los urbanitas, frente a espectáculos de tan lamentable factura, se suben por las paredes y se desconoce todavía si se indignan por el mal gusto o por el fondo rancio que destilan los shows. El que más llama la atención últimamente es el denominado «chicas lava tractores», donde un par de mozas en bikini le meten un manguerazo al John Deere y chapotean después a la vista del populacho en una piscina desmontable. Supongo que estas ternezas se desarrollan tan rícamente en los burdeles, pero también las encuentras en la televisión  y en el cine, lo mismo en versión tractor que en cualquier otra modalidad. Sin embargo, en plena plaza mayor y a modo de colofón en unas fiestas zamoranas, levanta ampollas y provoca el pasmo. La hipocresía es ancha.
    A la sociedad urbana aún le molesta encontrar un mirón en la terraza, escondido tras la maceta de geranios y con los ojos romos, prefiere que se apañe en el váter con alguna revista. La sociedad agrícola, en cambio, está tan curada de espanto que, para solaz y disfrute veraniegos, regala a sus «voyeur» las más dignas mamarrachadas de su altura intelectual. Y nadie en el pueblo se rasga las vestiduras. La erótica se ha vuelto tan virtual que el porno se escupe en alta definición por las pantallas, por eso la versión agrícola está obligada a resultar cutre y penosa, barata como la vida misma. A la tristeza y humillación de tener que ganarse el pan con un tanga escueto, se une la poca gracia de las artistas y el impresentable público que las jalea y aplaude. Por eso le preguntan al alcalde con qué fondos se paga un dispendio tan chabacano y para salir del paso, y del tripi que lleva encima, el edil justifica su evidente machismo diciendo que traer a un hombre —para hacer más o menos lo mismo— le costaría un riñón, pero que si tenía éxito esta tontuna igual se animaba el año que viene y lo contrataba también. Merece la pena ver al sujeto en su salsa, porque no es que le falte un barniz sino varias manos de pintura.

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