Grandes «conspiranoias»
Crónicas
© Sergio Plou
viernes 11 de julio de 2008

     Cuando leemos los periódicos, escuchamos la radio o nos embobamos frente al televisor somos presa fácil de la manipulación informativa. Cualquier noticia, presentada de la forma oportuna, puede empujarnos a creer que la realidad que nos ofrece está teñida de un color político concreto y lo mismo ocurre con un producto a la venta o las razones que promueven la guerra frente a los vecinos. Se nos recuerda a menudo que somos más listos de lo que parecemos o que sabemos muy bien lo que nos conviene. Salvando las distancias, los adivinos suelen decir exactamente lo mismo. Tiran las cartas sobre la mesa, nos preguntan cómo queremos que nos engañen y proceden a interpretarnos el futuro según nuestros deseos. La verdad es una cuestión de formas. A excepción de los medios más amarillistas, donde el descaro en la manipulación es tan evidente que su sola contemplación segrega a la audiencia más purista, en la prensa más solvente se hace especial hincapié en las exposiciones neutras y debidamente contrastadas. Pero no es más verídico un asunto por gozar de una mejor puesta en escena o representarse de forma cutre, los métodos dependen de la credibilidad y en algunas circunstancias son meramente casuales. El periodismo de investigación, con el renacimiento de los documentales, genera también múltiples posibilidades de alterar la información. La técnica de manipulación de imágenes, la manera en que se filma y hasta la forma en que se monta la cinta atrapan a la ética en una cuestión de intereses que, según la importancia del tema, deriva hasta configurar nuestros sentidos en una única dirección. Con frecuencia se dice que los informadores representan el cuarto poder, en cambio actúan como un brazo extensible de la economía y difícilmente se sustraen a los encantos de sus anunciantes y promotores. La banalización de los contenidos en favor del entretenimiento convierte muchas veces la noticia en un simple pasatiempo. En otras ocasiones se simplifica hasta dirigir el drama en el sentido más útil. Creer que el sistema democrático es níveo y transparente, que nuestros representantes no están sujetos a ninguna presión externa y que la realidad es la que nos cuentan, supondría una ingenuidad inconcebible en los ámbitos más rutinarios de nuestra vida cotidiana. Sin embargo, meterse en ciertos jardines sólo trae dolores de cabeza, amén de una gran desconfianza en las instituciones. Existen películas y novelas que nos proyectan un mundo oscuro, de acceso imposible a la gente corriente, y por lo tanto muy maleable. Estas creaciones intentan levantar en el espectador o en el lector una duda razonable, donde se ata la trama y se desarrolla el argumento. A tenor de nuestra ignorancia, que suele ser excesiva cuando nos referimos al vasto territorio de las alcantarillas del sistema, cabe cualquier posición ante un suceso desgarrador y lamentable. Nos conviene leer las noticias con cuidado, tamizando los hechos que nos cuentan con las opinicones que se vierten y comparándolas con las de otros medios. En el atentado del 11-M en Atocha, cuando el gobierno llevó hasta la ONU su versión distorsionada de los hechos, los internautas peninsulares ya sabíamos —leyendo periódicos digitales de otros países— que el brazo ejecutor del crímen no era el que nos estaban contando. Al gobierno británico no se le habría ocurrido decir que los asesinos del metro londinense eran del IRA, pero a los ministros de Aznar les convenía que, en vísperas electorales, cayéramos en el error y fuésemos corriendo a votarles. En cambio, el atentado contra las torres gemelas del 11-S fue la excusa perfecta para que la maquinaria bélica de Estados Unidos invadiera uno de los países más pobres del planeta —Afganistán— y construyera alianzas con Europa y Asia para tomar Irak por la fuerza. Sirvió, además, para ejercer un control sobre las libertades y derechos civiles como nunca se había sufrido hasta entonces en Norteamérica. La colaboración europea en detenciones y vuelos rumbo a Guantánamo ha sido tan evidente que causa perplejidad escuchar a los líderes políticos cuando se desentienden del asunto. Tras la caída del telón de acero, y desmontado el mito del enemigo comunista, se ha creado un nuevo enemigo mucho más volátil, casi invisible, que favorece cualquier medida de represión. En aras de mantener la seguridad nacional se convierte a la población en un virus. Lo mismo nos cachean que nos detienen, nos exploran los iris en un aeropuerto o nos toman las huellas sin necesidad de leernos los derechos o permitirnos telefonear a un abogado y en todo momento se nos vigila a distancia mediante cámaras móviles. Ya saben, si no somos culpables no tenemos por qué preocuparnos, es por nuestro bien. Maravilloso, ¿no es así? Aparte de los sanos documentales de Michael Moore y de los encendidos manifiestos de Noam Chomsky, los Estados Unidos también nos deleitan a veces con versiones más inquietantes de la realidad. Aprovechando que hace mucho calor y que tal vez, corregida y aumentada, pueda repetirse la historia, les dejo con un documental (arriba, en la parte superior de esta página). Auméntenlo a pantalla completa porque merece contemplarse con calma. Dura más de una hora, está subtitulado y deja mal sabor de boca, de modo que hace falta tener tiempo y ganas para metérselo al coleto, pero si llegan al final les garantizo que no sabrán a qué carta quedarse.

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