Delicadeza tributaria
Crónicas
© Sergio Plou
lunes 9 de junio de 2008

     La agencia tributaria tuvo el detalle de enviarme por correo el borrador de la declaración de Hacienda. No me cuadraba que tuviese que pagar, aunque fueran doscientos euretes, de modo que pedí hora por internet para que me lo explicasen al detalle y a ser posible en un idioma facilón. Me dieron cita para hoy a las once de la mañana. Suelo ser puntual, es una mala costumbre que debí heredar varias vidas atrás, cuando me tocó ejercer de cronometrador en alguna empresa nórdica. Como llegar a tiempo es un gasto de energías en este país, me sorprendió mucho que en la misma entrada me dieran número y nada más sentarme en el vestíbulo tuviera que levantar el culo de la felpa. Sin colas ni espera me pareció el sistema absolutamente islandés. Tanta agilidad tal vez propiciase que la señorita que aguardaba mi llegada con un bolígrafo en la mano me despellejase a tiras después con alguna otra herramienta que tuviera escondida para la ocasión, así que me ajusté el cinto y tragué saliva.

    — ¿Qué se le ofrece? — preguntó esbozando una sonrisa que a mí se me antojó una mueca o un rictus de dolor, debido seguramentre a que le dolía la espalda.
    — Verá —comencé a explicarme—, no tengo ni repajolera idea de cómo funciona la declaración, pero me sorprende que el año pasado me saliese a devolver y que ahora, sin embargo, me salga positiva. — Le tendí con presteza el grueso de papeles que portaba en la mochila y me dehice también del boleto Z-232, que me habían endosado en el mostrador de entrada. Ella tomó el «pack» con soltura, quitó la goma elástica que tan primorosamente le había puesto y escrutó su contenido —. ¿Algún error? —inquirí.
    — No, no, en absoluto — indicó tras echar un vistazo— . Es correcta.
    — ¿Entonces? —sugerí apesadumbrado.
    — No se preocupe — contestó—, en cualquier caso usted no está obligado a declarar.
    — Ya lo sé — repliqué manteniendo la calma —. ¿Ha habido algún cambio desde el año pasado que pudiera desconocer?
    — A tenor de sus escasos conocimientos una barbaridad — dijo acercándose un poco para entablar confianza—, pero que definitivamente le afecten sólo uno.

    Pasé por alto el comentario y me concentré en la sesuda explicación que vendría después. Es común utilizar tácticas seductoras e incluso intimidatorias para abochornar al usuario y conseguir de este modo que baje la guardia. La implacable maquinaria del Estado somete a los individuos de múltiples maneras, así que no es aconsejable dejarse llevar por la ira cuando se acude a las instituciones públicas, al contrario, conviene parecer un manso animalillo que conducen al matadero. Puse pues cara de liebre, agaché unos centímetros la testuz para facilitar la colleja y entorné los ojos dispuesto a recibir el impacto.

    — Se trata de la deducción por arrendamiento de domicilio habitual — explicó en un castellano muy económico pero de andar por casa.
    — No tenía constancia — musité.
    — Nadie tiene constancia hasta que hace cuentas y le salen rosarios — corroboró galantemente la señorita que me atendía con el fin encubierto de dar carpetazo al asunto —, pero en los impuestos de 2007 el Gobierno no introdujo la cláusula denominada de compensación por alquileres, de modo que no es desgravable.
    — ¿Y si lo pongo aparte?
    — Ya me dirá en qué casilla.
    — En un margen, aunque sea a lápiz.
    — Pruebe usted — carraspeó ocultando una carcajada. Ajustó el fardo de papeles con la goma, me lo tendió de nuevo y pulsó un botón bajo la mesa.

    Cuando quise darme cuenta una poderosa señora depositaba en el suelo cuatro enormes bolsas de la compra desplazándome del asiento con silla y todo.

    — Buenos días mi niña —bufó la señora —. A ver si me explicas las cuentas que llevo un lío tremendo.
    — A ver un momento señora, que todavía tengo una duda —me repuse—. ¿Y si no tacho la casilla de los curas?
    — Pues los pobrecitos de la India se quedarán sin comer, joven —me contestó la recién llegada levantándome literalmente en volandas.
    — Si no tacha una casilla tendrá que marcar otra — intervino la señorita cargándose de paciencia— . Tenga en cuenta que si no coloca un aspa en ninguna, por defecto es como si constara que le da igual y cualquiera, en un descuido, podría hacerlo.

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