Desabasteciéndonos
miércoles 11 de junio de 2008
© Sergio Plou
Artículos 2008

    El ministro del interior, que no es mayordomo ni se ocupa de la decoración de las viviendas, garantiza a los votantes que no nos va a faltar de nada, de modo que la gente piensa que igual es un reponedor e irá llenando él mismo los estantes del Sabeco a medida que se vacíen. Acabo de pasar por el súper, en mitad del aguacero, y aparte de chipiarme hasta el slip me he llevado las últimas garrafas de agua destilada para llenar la pecera. Menos mal. No he visto los estantes repletos sino con serios huecos, así que el ministro del interior, aprovechando que también lo es del ejército, aunque sea de forma provisional, lo mismo envía a la soldadesca para que llene de danones los aparadores. Me alucina la tendencia que tienen ciertos ministros a poner cara de sebo cuando vienen mal dadas. Los ves haciéndose los duros, mirando de perfil a las cámaras de la tele y hablando de lo mal bichos que son los piqueteros, sobre todo en la economía recesiva del primer mundo, y te dan ganas de castigarle sin ver la tele esta noche o mandarlo a la cama sin cenar. Rubalcaba, sin embargo, cuando se pone serio pretende ser tan sangrante como un tatuaje mientras que el presidente Zapatero, a su lado, se esfuerza en no resultar tierno como una calcamonía. Miimosín aunque en plan circunstancias, el jefe soltó ayer que si continúan las dificultades se tomarán medidas adicionales y el calvo, en cambio, se puso gallito afirmando que actuará con mucha contundencia. Los camioneros, entre tanto, siguen erre que erre dando la brasa y aunque no falte gasofa podría llegar un momento en que se ponga en jaque al Gobierno. Hace tiempo que no veíamos semejante pulso en este país, de modo que, en el fondo, es un alegrón sentirse desabastecido, si no de golpe, al menos progresivamente. El tiempo y el dinero que no gastemos yendo de compras podríamos emplearlo en reciclar. Ahora que las encuestas aseguran que el 93% de los aragoneses separa algún tipo de residuo, aunque sea al abuelo del resto de la familia, no estaría de más que solicitáramos la devolución del importe de las entradas de la Expo, que salen por un pico y hay que ahorrar. Los que han visto ya el glorioso recinto de Ranillas aseguran que no es para tanto y que encima no se termina nunca. La huelga de los camioneros, por si fuera poco, está poniendo chungo el asunto de llenar ciertos pabellones, como el de Malasia. Los de la casita de chocolate, es decir, los de Naciones Unidas de la Casa Solans, se tiran de los pelos con un montón de paquetes y paquetillos que aguardan colgados en las fronteras y que a este paso de caracol no llegarán jamás a tan magno evento. Para colmo de males, la General Motors, la Pikolín y la Balay tendrán que cerrar mañana sus empresas por falta de suministros. A última hora les intentaron colocar a los curritos el gol de cambiar los días que no se trabajen por los de vacaciones de verano, pero no han tragado y los mandamases, por una vez, tendrán que comerse el marrón. También cerrará la Papelera de Saica, lo que es un alivio para nuestras narices. Ese tufo horroroso a col y garbanzos que se extiende a menudo por la ciudad, gracias a los camioneros evitará que se inaugure la Expo sumidos en tan habitual pestilencia. Los que andan cabizbajos y meditabundos son los franceses del Circo del Sol, que aún no han estrenado su cabalgata. Cuenta el director del espectáculo «el despertar de la serpiente», que los jefes de la Expo están suplicando a los actores que no invoquen más a la lluvia. Hará casi un mes que la compañía se largó a Fontibre para impregnarse del Ebro hasta la médula y desde su regreso no hace otra cosa que caer agua. La Confederación Hidrográfica, de hecho, augura una nueva crecida el mismo día del estreno. Estos problemillas no preocupan lo más mínimo al alcalde, que viendo cómo funcionan las telecabinas afirma muy ufano que no se desmontarán cuando acabe el jolgorio. Al revés, se utilizarán tanto que no hará falta que el Metro del futuro cruce al otro lado del río.

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