El Cuaderno de Sergio Plou

      

martes 29 de marzo de 2011

Distopía




  La ciencia ficción está dando paso a la ficción de la ciencia. Ya no merece la pena construir edificios que nadie va a comprar, es mejor levantar ciudades enteras y la tecnología sirve de coartada. Microsoft ha elegido la localidad portuguesa de Paredes, cerca de Oporto, para crear allí una ciudad «inteligente». Supongo que se actualizará ella sola, porque sería un horror que en plena hora punta se reiniciara el programa y te quedaras colgado en un ascensor, desaparecieran los pasos de cebra o las tuberías se colapsaran. Windows es así, de modo que la ciudad inteligente diseñada por esta multinacional puede terminar con la paciencia de sus urbanitas. Aquí, durante la Expo, recuerdo que nos vendieron por todo lo alto la Milla Digital, un proyecto que se ha transformado en el centímetro de banda ancha. Quizá suene peor pero es más realista. Nuestros próceres quieren montar una wifi de medio mega por Zaragoza que lo justo dará para revisar el correo electrónico mientras duermes en el tranvía. Así que nadie sabe todavía en qué fiasco acabará la ciudad de Microsoft.

  Aunque la distancia entre la realidad y la ficción se asemeje a un tocomocho, conviene bautizar las creaciones de una manera brillante, así se consigue que un producto se venda mejor. Lo único que se logra pensando a lo grande es que el resultado final nos sepa a poco, es un problema de expectativas. Las expectativas son a la publicidad lo mismo que la política a los negocios. Ninguna parece creíble, de modo que la ciudad inteligente que se va a levantar en Portugal —ahora que han hundido a todos sus habitantes en la miseria— me suena más a una urbanización de pijos que a una barriada de currelas, aunque en ambos casos serviría este proyecto para instalar un inquietante operativo de control social. La informatización ciudadana tiene la ventaja de reducir las neuronas de la gente a chips que deambulan por sus nodos, ya sea adquiriendo productos, acudiendo a sus trabajos, siendo hospitalizados o vigilando su basura. Tarde o temprano supongo que instalarán también en los retretes dispositivos que midan sus detritus, sabiendo lo que caga cada individuo se almacena mucha información. El problema es lo que hagas con ella.

  Las personas pueden servirse de la tecnología informática o ser lápices de memoria, objetos que portan datos de un lugar a otro para mantener activo el sistema. Nadie nos ha hablado aún de que las viviendas de esa ciudad inteligente sean tan listas como para limpiarse ellas solas. Las casas no irán a la compra, ni nos llenarán la nevera, de modo que ni se me ocurre que vayan a trabajar por nosotros y engorden nuestra libreta de ahorros. Existe una zona kitsch en la ciencia ficción que hace referencia al pasado. Nos muestra cómo nos imaginábamos viviendo en el siglo XX o en el XXI desde la perspectiva de otras generaciones. Resulta hilarante asomarse al precipicio de los automóviles voladores y la robótica esclavizada, pero el contraste deprime la imaginación y fuerza a entender que la futura inteligencia de las ciudades tendrá poco que ver con la capacidad cognoscitiva de sus habitantes. Cada vez se parecen más a «La pianola» de Kurt Vonnegut que al mundo feliz de Aldous Huxley.