El impronunciable
miércoles 26 de septiembre de 2007
© Sergio Plou
Artículos 2007

    Los conflictos más sangrientos resultan obscenos al principio pero convenientemente manipulados terminan siendo tediosos y desaparecen de las portadas. Sin embargo hay guerras, como la que se cuece en Irán, que darían beneficios a las empresas de armamento durante años y que son un buen caldo de cultivo para las que vengan después. Irán es el más firme candidato a la próxima lluvia de pepinos y su jefe, el impronunciable Mahmud Ahmadineyad, se postula como la nueva bestia parda internacional. Él mismo lo hace cada vez que encuentra un resquicio, pisando a la vez el freno y el acelerador, lo que le permite no desplazarse un milímetro de su posición.
    Individuo de sonrisa constante, barba y camisa blanca, sin corbata, suele llevar sus grises pantalones de tergal encajados más allá de la cintura y siempre un par de tallas más grandes. A su chaqueta le ocurre lo mismo, porque da la impresión de haber adelgazado el hombre una veintena de kilos de repente. O que de repente también le hubieran colgado encima la americana de otro. El único detalle que se permite es el reloj de oro que luce en la muñeca y algun ligero cambio en la tonalidad del traje, que oscila entre el hueso y el perla pasando por el beis. La indumentaria, aparentemente desaliñada, es la señal más contestaria de un condenado a las formalidades del protocolo occidental. Por eso suele acercarse a las cámaras y los micrófonos con una humildad fingida, como si fuera a rezar un salmo o a darte las buenas noches, con la actitud de quien no quiere molestar. A medida que se le escucha hablar en un idioma ligero y gutural, jadeante en algunos momentos, puede afirmar con la desfachatez de no haber roto un plato en su vida que las mujeres de su pueblo son muy libres. O que el extraño fenómeno de la homosexualidad no existe en su tierra, una nación henchida por la felicidad, según dice sin cortarse un pelo. Después guarda silencio un segundo.
    Durante ese segundo espera de su contertulio que aporte datos en contra, lo que vulgarmente se denomina una delación, y en ese lapso de tiempo, de tener a mano una cámara Kirlyan, veríamos que tras el alma del impronuciable Mahmud Ahmadineyad se oculta el altivo personaje de un sultán, cuyo motor de progreso -su legado, al que jamás renunciará- se asienta en el desarrollo atómico de su país. Ese ligero barniz desarrollista, y que paradójicamente pertenezca a lo más moderado de la política iraní, otorga al impronunciable todos los boletos para ser considerado el nuevo enemigo. Es más, de esta consideración depende su mandato. Por muchos homosexuales que ahorque, el ala dura de los imanes lo tacha de aperturista. Lo señalan como un reformador. De modo que a este dictadorzuelo con ínfulas de benefactor lo andan buscando las empresas de armamento. El señor Bush - por llamarle de alguna forma - no puede repetir en el cargo y les convendría tener en marcha el próximo sindiós antes de que llegue el suplente. Por esta causa se le convierte en estrella mediática, se le da tanto cuartelillo en Naciones Unidas y vemos su barba en los informativos. El impronunciable está en el ojo del huracán. Y le gusta.

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