El mal menor
miércoles 26 de agosto de 2009
© Sergio Plou
Artículos 2009

    Hemos visto a Noam Chomsky paseándose alegremente por Caracas del brazo de Hugo Chávez, el presidente venezolano, y la gente se pregunta si los norteamericanos se han vuelto locos. Probablemente. Lo que ocurre es que algunos yanquis son muy raros. No se impresionan por trapos y tanques, razonan, observan y mueven ficha. Los imperios son aburridos, monopolizadores y jamás logran saciarse, de modo que resulta necesario compensar, aunque sólo sea intelectualmente. Desde siempre un puñado de cineastas, profesores, escritores y otra peña relacionada con la cultura se ha ido colocando al otro lado de la balanza para centrifugar nuestras neuronas, movimiento que les ha costado el boicot de sus compatriotas, la marginación en sus ámbitos y soberbios dolores de cabeza, amén de otras lindezas. Es un asunto viejo y desde luego no es exclusivo de los actores españoles, tan dados a manifestarse contra las guerras y la dominación marroquí del Sáhara. ¿Y cuál es el problema esta vez? Si todo es de color de rosa con el gobierno de Obama, ¿por qué Chomsky se deja fotografiar con un cutre tiranuelo como Chávez? ¿No le va a desacreditar semejante retrato? A estas alturas de su vida profesional es algo que le trae al pairo. La fama de Chomsky en Latinoamérica es sobrada y sus críticas al imperio están documentadas hasta la extenuación en docenas de libros, así que no le queda más remedio que tomar una postura coherente, sobre todo en el preciso momento en que el gobierno de Obama acaba de firmar con el de Colombia la instalación de siete bases militares norteamericanas en su territorio. Esta circunstancia está levantando sospechas en el continente y desde Argentina a Bolivia pasando por Perú o el Ecuador, la población siente que los americanos del norte tal vez no han cambiado tanto como predican en el mundo, sino que juegan ahora con más sutileza pero en el mismo sentido de siempre. Tal vez esa sea la razón de que Chomsky haya partido hacia Venezuela para manifestarse en contra: hay que compensar la balanza del otro lado para que no sea tan fácil y el símbolo opositor a la construcción de nuevas bases militares no es otro que Hugo Chávez.
    Cuando sólo faltan tres días para la cumbre de Bariloche, en Argentina, donde se reunirá la Unión de Naciones Sudamericanas, el caudillo de los venezolanos ha manifestado su deseo de romper relaciones con Colombia debido a las bases norteamericanas, a las que considera una amenaza para su territorio. Ha dicho igualmente de sus vecinos que viven en un narcoestado y ha calificado a Uribe, el presidente colombiano, como al irresponsable de peor calaña que ha conocido en su vida. El litigio que mantienen ambos jefes viene de lejos, cuando Uribe acusó a Chávez de apoyar a las FARC vendiéndoles el armamento que había comprado a los suecos. El dictadorzuelo venezolano y el mafioso colombiano son tal para cual, la diferencia es que el primero va a cara descubierta y el segundo juega a respetar las formas. Mientras Chávez cierra emisoras de radio y medios de comunicación opositores, Uribe pacta con los americanos para mantenerse en el poder el tiempo que sea necesario. Ya está gobernando en su segunda legislatura, en la cual ha modificado la Constitución del país comprando a varios políticos contrarios, y mediante un referendum pretende volver a presentarse de nuevo, al viejo estilo de Chávez pero a la colombiana. Así que estamos ante dos sujetos que pretenden perpetuar sus respectivos poderes de dos maneras en apariencia distintas aunque en el fondo sean muy parecidas. Al margen de los intereses económicos, los gobiernos occidentales suelen posicionarse en contra de Venezuela por una simple cuestión de formas. Las más descaradas desagradan a las benditas democracias europeas y norteamericanas, nuestros políticos prefieren modalidades más hipócritas, que siempre dejan flancos abiertos para hacer apaños y establecer negocios. Decidir entre lo malo y lo peor, suele ser una tarea compleja y a menudo te abrasas en el intento. Apostando por el mal menor tarde o temprano llega la derrota, por eso los intelectuales se encargan de contrapesar la opinión pública.

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