El parque de las irrealidades
lunes 27 de octubre de 2008
© Sergio Plou
Artículos 2008

    En el triste y cargante panorama de la crisis, los analistas no saben cómo acojonarnos y señalan en el horizonte una depresión más grave incluso que la sufrida en 1929. Para los que están hasta el cuello en el barro del crack, es decir, para los que no puedan hacer frente a sus hipotecas —que son legión—, las cajas de ahorros más imaginativas están desempolvando antiguas fórmulas jurídicas, como la «dación de pago», que suena horrible en castellano pero que en el proceloso mar de la contabilidad se observa como un fenómeno semejante al milagro de Fátima. La «dación de pago», o efecto virus, no supone otra cosa que alimentar la voracidad de las sanguijuelas. Interpretada la norma al gusto de los banqueros, permite a sus esforzados clientes que sigan pagando sin necesidad de morir en el primer intento. O dicho de manera llana, esta modalidad favorece que Drácula, una vez agotada la subclavia, pueda hincar el diente en un brazo o en la pantorrilla, abriendo una nueva vía para continuar chupándole los glóbulos rojos a su víctima. A esta variante de la sangría se refieren los analistas como hacer un «kit-kat», un paréntesis o un intermedio en aras de recuperar fuerzas. La entidad financiera que concedió el crédito se queda así con la casa hasta que el moroso suelte el parné y mientras tanto se la alquila. Por un poco más de la mitad de la cuota mensual, esa cantidad que tan religiosamente aflojaba el acreedor hasta que no pudo con su alma, al menos podrá mantener intacta su vergüenza entre las cuatro paredes de siempre. Lo que ocurra en el interior de su cerebro es harina de otro costal. La realidad virtual de su rellano no se verá afectada porque nadie vendrá a embargarle los muebles. Para qué, si después no habrá forma de vender sus casas. Es mucho más práctico que, de la noche a la mañana, los propietarios de un piso se transmuten en inquilinos de su propio banco.
    A nadie escapa la aversión que tiene la peña por los alquileres. Situarles ante un dilema de tal calibre colocaría a muchos entre la espada y la pared. Interpretar como un respiro de alivio esta exigencia, a corto plazo los volverá zombis. Sólo resta por saber si a los que acepten el harakiri, el banco les hará firmar un plan quinquenal al viejo estilo del soviet, para garantizarse los ingresos y conducir al vulgo por el buen camino. Mediante la «dación de pago», estas entidades financieras atarán tan en corto a sus morosos que si fuera menester los esclavizarán con todo tipo de triquiñuelas legales. Hay que mantener el grifo abierto y el sistema a flote, todo sea por la liquidez.
    No me extraña que, ampliando la fábula de lo que ocurre, Gran Scala informe a los medios de comunicación que a principios de 2009 presentará su «Realities Park» monegrino en la localidad de Ontiñena. Viviendo de prestado conviene proyectar la ilusión en el futuro mediante el juego, así amanece esta noticia entre el abismo económico y la extenuación popular. Porque lo que más necesitamos es el póquer, la ruleta y el bacarrá. Generando un poco de expectación, como si no hubiera bastante, los de Gran Scala además pretenden construir en el desierto el Parque Temático de las Realidades, un lugar abstracto donde literalmente nos vendremos arriba, ya sea descubriendo la sensación de volar o regresando al pasado en una máquina del tiempo. Los organizadores rayan el paroxismo prometiendo incluso experiencias paranormales. ¿Acaso existe mayor experiencia paranormal que quedarse sin blanca apostando en las tragaperras? Si alguien lo pone en duda, que le pregunte al alcalde de la inmortal ciudad de Zaragoza, que hoy intentaba colocar a los jeques de Dubai una expo sobre las florecillas para el próximo 2014. Da igual que sea de horticultura o paisajismo, porque en la superficie del proyecto no hay otra cosa que espacio y tiempo, como en Gran Scala. Lo que deja atónito es que los jeques de aquel país tengan una vida social tan prolífica. Son capaces de intervenir a distancia en el barrio de las Fuentes y al mismo tiempo especular con las capitanas de esparto que sobrevuelan el Parque Temático de las Realidades. ¿Atarán los perros con longaniza? Lo dudo, porque la longaniza allí es ilegal, pero tomar el pelo a la gente se vale en cualquier sitio.

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