El tercer par craneal
Crónicas
© Sergio Plou
martes 18 de diciembre de 2007

   Estoy creándome una tormenta. No se materializa en forma de borrasca, aunque escucho un trueno de fondo. Supongo que representa el inicio de la banda sonora original. Supongo también que irá cuajando a medida que se oscurezca el cielo y la nube deje de moverse. Supongo que es muy curiosa y está analizando el terreno, aunque habrá pasado una hora desde que se puso a la faena y no hay rayos todavía, sólo relámpagos. He contado un par de centellas, pero no podría jurarlo. Después la nube se quedó suspendida unos minutos al borde del techo, igual que una lámpara, y emitió de pronto una desagradable fosforescencia. Quedaba a la espera de nuevas órdenes.
   La nube se comunicó conmigo mediante un display, lo que me pareció un poco ordinario. En el protocolo de creación de tormentas no figura el caso de haber adquirido para la ocasión una nube demasiado inepta, un trueno poco creíble, escasamente atemorizador, además de unas centellas ridículas, cuya breve fulgurancia me hizo sospechar que eran bengalas de cotillón. Encima los relámpagos, que parecían efectos de luz negra, no auguraban lluvias monzónicas. Ni siquiera devastadores ciclones. Las inundaciones de espanto o los marmóreos tsunamis que desplazan gigantescas murallas de agua salada, son hazañas de la naturaleza que mi creador de tormentas es incapaz de soñar. A un programa ACME no se le piden excesos porque en el más grande de los esfuerzos sólo anticipa un charlestón. Ya me lo dijeron pero no quise creerlo. Así que he empaquetado la nube en su envoltorio original y la he devuelto en el Corte de Mangas.
   La dependienta echó un vistazo al producto con cara de incredulidad.
   — ¿Está convencido de que quiere devolverlo? — me preguntó ajustándose las gafas.
   — ¿Alguna pega? — inquirí.
   — Naturalmente — contestó muy digna. Buscando alguna reacción por mi parte, enarcó las cejas y señaló el envoltorio. El paquete, que burdamente había recompuesto para facilitar su entrega, era una caja húmeda de la que brotaba un líquido espeso, un jarabe lánguido que se iba desparramando por el sintasol en gotillones. Al acercarme a la dependienta puse especial cuidado en no pisarlos. Al levantar la vista pude notar que su mirada se perdía detras de mi hombro, tal vez solicitando la ayuda urgente de una compañera o reclamando por telepatía la presencia del encargado de planta.
   — ¿Qué está ocurriendo? — le pregunté asustado.
   — ¿A mí me lo pregunta? — contestó la dependienta dejando caer el artefacto.
   Entonces la nube saltó por los aires de la caja formando una tormenta magnética, la más rara que haya podido sentir. Empezó con un cosquilleo, después me recorrió el cuerpo una corriente eléctrica tan oportuna que me hizo petar las articulaciones más oxidadas. Y luego nada, todo se olvidó. Nadie le prestó al fenómeno demasiada importancia pero me resulta chocante que desde entonces encuentro ideas en los sitios más inverosímiles. Las que he podido conseguir hasta ahora están agazapadas en mi libreta y pretendo editar con ellas una publicación. El tiempo dirá la última palabra, pero si por casualidad encuentras alguna sería un detalle que me lo hagas saber. Es un escándalo al precio que está el kilo.

Crónicas
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