El valor añadido
viernes 16 de septiembre de 2011
Sergio Plou
Artículos 2011

  Antes vivíamos en el absurdo por abundancia y ahora por miseria. Lo importante es continuar pegados al terreno de la sandez que, en el país donde nos ha tocado vivir, es sinónimo de calidad y por lo tanto una materia prima de consumo imprescindible. Los medios de incomunicación nos aseguran que sólo los negocios que ofrecen productos importantes sobrevivirán a la crisis, como si las televisiones, las radios y los periódicos realizasen una labor fundamental. «Marcar la diferencia», como afirman los yanquis, no significa otra cosa que vender a manos llenas, aunque vendas coprolitos. Enganchar al cliente de tal modo que no pueda desprenderse de una marca y la adquiera constantemente representa un éxito comercial y eleva su consumo a la categoría de productos con indispensable «valor añadido». Ahora estamos en la fase de «añadirle valor» a lo que hacemos para ver si funciona mejor o sigue siendo la misma mierda de antes. Las grandes corporaciones optan por maquear la caca, abrillantarla o darle otro color para ver si cuela como algo distinto, pero huele de la misma manera así que no hay forma de venderla como un bombón. Ayer mismo los bancos centrales de todo el planeta bañaron de dólares el globo terráqueo y a mí no me ha llegado ni un solo billete, así que estamos igual que antes de ayer: añadiendole «valor» a lo que carece de importancia. Alguien se está forrando a nuestra costa gracias a este tipo de tonterías y se está cubriendo el riñón de tal modo que incluso no le importa pagar una pizca en impuestos del patrimonio.

   Actualmente el valor no hace referencia al cuajo, ni siquiera al precio de un producto o su aceptación en el mercado. El valor de las personas y las mercancías que fabrican se mide por la publicidad que gastan y siempre es susceptible de ser denostado, mediante el clásico boca a boca —que es lento pero efectivo a la larga— o invirtiendo capital a la contra para romper su prestigio. Los grandes y anónimos accionistas de las entidades financieras y demás multinacionales no necesitan «añadir valor» a lo que hacen, nacieron ricos a manos llenas y continúan haciendo caja sin cantearse del sofá ni sudar la camiseta. Supongo que para el entretenimiendo de este tipo de sujetos se inventan programas televisivos como «Acorralados», que no sé en qué cadena lo emiten y tan siquiera me importa. Por lo que he leído, se plantea el espectáculo en una especie de caserío —al estilo de Gran Mengano— cuyos habitantes se ven obligados a relacionarse sin tecnología alguna. No hay que contemplar ni un sólo programa para comprender que los participantes, sin twitter ni facebook, sin móviles ni ordenadores, y desconociendo además hasta dónde llegarán las mentes calenturientas de los productores —¿pondrán a disposición de los «elegidos» alguna bañera, un par de retretes o la electricidad?— prestarán más atención a la sexualidad de los sujetos que a otros menesteres. Lo que en principio podría ser interesante (educar a la sociedad para que sobreviva a una hecatombe tecnológica) habrá derivado en «añadir valor» a una sandez —la del Gran Zutano— y continuar así vendiendo la misma carroña con otro envoltorio.

   Lo que tiene una cualidad intrínseca se vende sin grandes esfuerzos, como los alimentos y los combustibles, de ahí que las corporaciones intenten hacerse con los mercados creando escasez donde no existe y abundancia donde la hay. La progresiva privatización del agua en el mundo es un ejemplo. Nadie necesita añadirle valor al agua, ni siquiera al gas o al uranio enriquecido, casi todo lo demás es una cuestión de maquillaje, aplicaciones y envoltorios.

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