Fuera del Tiempo
viernes 25 de julio de 2008
© Sergio Plou
Artículos 2008

    Hoy, en el Calendario Maya, es el día Fuera del Tiempo y mañana comienza el año nuevo de la Tormenta Eléctrica Azul.  Cada jornada tiene su propio nombre en este calendario ancestral y de cuando en cuando le echo un vistazo, como quien mira el horóscopo del periódico para hacerse una idea abstrusa de lo que le deparará el destino o como quien escudriña el calendario zaragozano para ponerse una gorra o pillar el paraguas. Los calendarios gregorianos son muy impersonales y van en contra de la lógica terrestre, no me extraña que lo pergeñaran individuos de sotana, más preocupados por sacar rendimientos dinerarios que en la poesía de la vida. Los mayas elaboraron un calendario de trece meses y ventiocho días, más una jornada fuera del tiempo para compensar los bisiestos, que está más en consonancia con los seres humanos que pueblan el planeta y que encaja no sólo con las fases lunares sino con el periodo femenino. Existen muchos calendarios en el mundo, pero sólo uno que sea coherente, de modo que estaría muy bien que lo asumiéramos como algo común, aunque fuese de manera curiosa. Se van perdiendo hábitos interesantes para el conjunto de la sociedad en beneficio de la economía monda y lironda. Nos despegamos de la naturaleza, de las manualidades y de la magia natural que poseen las personas, el encanto y la habilidad de cada uno. Ni siquiera se escribe a mano. Las viejas agendas han dado paso a las PDA y las mujeres no encuentran la forma de apuntar en ellas, por ausencia de un programa específico, los ciclos menstruales que antes seguían en las agendas tradicionales. Tal vez por esa causa recuerde hoy el viejo calendario lunar de los mayas, que dedica una jornada como la actual a la paz, el arte y la cultura. Que exista un día fuera del tiempo, cuando no sabemos lo que es el tiempo, me ha llamado siempre la atención. Nos han dividido los días en horas y las horas en minutos, pero se trata de una convención de relojería que mucha gente lleva atada a la muñeca. Gracias a esta convención podemos citarnos en un momento concreto de la vida o situar cualquier objeto en las tres dimensiones de nuestro universo, desde una canica a una galaxia. Pero todavía desconocemos si el tiempo funciona como una dimensión aparte o está íntimamente ligada a las demás. Leonard Susskind, doctor en Física por la Universidad de Cornell y considerado como uno de los padres de la teoría de cuerdas, asegura que nuestro descomunal universo es una exquisita pequeñez comparado con el megaverso de once dimensiones en el que está atrapado. Si pensábamos que los seres humanos eran insignificantes con respecto al planeta que nos cobija, al Sistema Solar donde se desenvuelve o a la propia Vía láctea, la verdad es que somos una miseria perdida en un espacio descomunal. Sería lógico que en semejante abismo nos rigiéramos con menos soberbia en Occidente por los pequeños astros que nos rodean y no por el nacimiento de un sujeto que, por muy benéfico que nos resulte, de venir a este mundo lo hizo tres años después de lo que en realidad se celebra. Suponiendo que no fuese una invención, como los tomates de invierno, que carecen de sabor. O las lechugas inverosímiles, que saben a folio. El desapego con la tierra no sólo nos convierte en seres inútiles y destructivos, también pagamos las consecuencias alimentarias de nuestra despreocupada actitud. Ahora parece que la Diputación General de Aragón pretende realizar una ley que obligue a plantar un árbol — preferentemente de hoja caduca— por cada aparcamiento que se construya. Se protegerán además los ejemplares de más de ocho años de antigüedad o veinte centímetros de diámetro en el tronco base, prohibiendo la tala y corte de los mismos, salvo autorización explícita de las autoridades. El texto legal que barajan los diputados autonómicos estudia incluso los daños que producen las podas radicales y promueve una normativa de multas y penas para las empresas que destrocen las plantas. Sobre el papel todo parece muy hermoso, veremos después si la realidad concuerda con las expectativas o resulta una hipocresía porque cada día que pasa es más complejo compensar la huella, el impacto o el destrozo que dejamos los humanos sobre la faz de la tierra.

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