El Cuaderno de Sergio Plou

      

miércoles 30 de marzo de 2011

Intersección y cintura




  Hay noticias tan esperpénticas que al contarlas resultan hirientes. En la actualidad son demasiadas, de modo que no hay más remedio que hacer una criba para no lastimarse con ellas. Gracias al último contexto legal, que impide la manipulación de las inauguraciones durante la temporada inmediatamente anterior a unas elecciones, los políticos emprendieron hasta ayer mismo una veloz carrera para cortar todas las cintas que pudieran, soltar discursos a destajo y permitir que sus votantes les aplaudieran con excesiva antelación. Ahora que la realidad es cambiante y vertiginosa, los amos de la democracia indirecta desconfían de nuestra memoria y están deprimidos por tener que estrenar las obras sin recibir el voto de sus agradecidos ciudadanos rápidamente. No es que las instalaciones que hayan sufrido arreglos o renovaciones se detengan, de igual modo se estrenarán, sólo que a los jefes se les impide que rentabilicen con su fotografía el pomposo acto del estreno.

  A mí me gustaría que una medida de estas características se extendiera durante toda la legislatura porque la mayor parte de las ocasiones los jefes no tienen ni idea de lo que van a inaugurar y si no son capaces de cerrar la boca acaban metiendo la pata hasta el corvejón. Y no sólo la pata. Basta que alguien les afee su conducta para que se sumerjan completamente en el lodo y acaben soltando sapos y culebras que en nada benefician su imagen. Es el caso del presidente de la diputación de Valencia que, durante la apertura en Ontinyent de la estabilización de las márgenes del río Clariano, mostró un temperamento locuaz y descaradamente campechano, prepotente y socarrón en sus lindezas. Las estampas, colgadas en YouTube, nos muestran a un individuo retaco, incapaz de morderse la lengua y que sin embargo califica de maleducados a los demás. Se pasea, convenientemente escoltado por la policía, en un espacio abierto al público que resulta de imposible acceso para aquellas personas que no pueden valerse por sí solas. La obra, presupuestada en casi medio millón de euros, según rezan los pasquines a la entrada del recinto, tendría que facilitar el acceso a los discapacitados —como sostiene la ley vigente—, pero las prisas para inaugurar a tiempo terminan dañando a los colectivos que la propia ley ampara. A este señor le importa un rábano. Cuestionado por el lugar donde acceden las sillas de ruedas se encoge de hombros y al afeársele el gesto asegura que está en su ánimo construir un ascensor que costará lo mismo que toda la obra en su conjunto, otro medio kilazo. «¿Lo hacemos o no lo hacemos? Si quieren colgamos una cuerdas para que vayan trepando»... Y el jefe de la diputación valenciana, tan pancho, continúa repartiendo sonrisas a los vecinos mientras comenta que «a ver cómo arreglamos ésto, que no les hemos puesto un ascensor a los pobres minusválidos».

  Existen multitud de formas y maneras de discriminar, atendiendo al género o a la orientación sexual, a la raza, la lengua o clase económica que se mantiene en la sociedad, y también a las diferentes discapacidades de los sujetos que la componen. Cuando estas modalidades de opresión se juntan de la mano se habla de «interseccionalidad». Se ha estudiado desde los años sesenta, así que se trata de un fenómeno viejo. Los políticos maniobran de manera interseccionada cuando el resultado no les resulta rentable. Clavan entonces las espuelas en lo más pútrido de las conciencias utilizando un humor tosco y soez, visualmente contradictorio, donde podemos contemplar a un individuo bajito y rechoncho —el presidente de la diputación— sugiriendo a un fulano que casi le dobla en corpulencia —y que le recrimina su conducta— a que se descuelgue hasta el río mediante unas maromas. El desprecio es un ejemplo clásico de discriminación y quien lo ejerce no sólo demuestra su falta de cintura y su nula sensibilidad, también una ausencia total de empatía. En este caso en concreto, el político en cuestión hace gala de un complejo de inferioridad igualmente esperpéntico, ya que no le queda más remedio que elevar la vista para contemplar a su interlocutor, un fenómeno de la naturaleza que milita en la asociación de minusválidos del pueblo.