La buena fe
viernes 25 de abril de 2008
© Sergio Plou
Artículos 2008

    El señor Aliaga, Consejero de Industria del Gobierno de Aragón, dice que actúa de buena fe y nadie lo duda. La honradez, a los políticos, se les supone; otra cosa es que parezcan tontos y se lo hagan mirar. En todo caso, la fe bondadosa o malévola mueve montañas de esparto en los Monegros y milagrosos motores en Serbia, de modo que hay que tener cuidado con la fe. Sobre todo si la menta un político que maneja el presupuesto de industria de una comunidad autónoma. Su fe es como su palabra, que cierra un trato verbal. El señor Aliaga se compromete de buena fe y aunque a menudo la palabra de un político no vale nada, los papeles que firma pueden llevarse al juzgado y tanta fe y tanta tontada nos puede costar un riñón. Así que hay que andarse con ojo y no dejarse deslumbrar por fiestas ni congresos. Al señor Aliaga le mola que le inviten a hoteles de lujo y que le hagan pasar por ministro, debería cuidar ese punto flaco porque a los ingenuos se las meten dobladas. Este aviso viene a cuento de unos prodigiosos motores que ciertos socios de los casinos le endosaron en el lote del juego al consejero de industria. Tanto le debieron de entusiasmar al señor Aliaga estos motores recién traídos de Serbia que ahora los venden por ahí con la banderita de la Diputación General en el lomo. Nuestro industrioso jefe soltó ayer en las Cortes que le importa una higa. Afirmó muy ufano que cualquiera se puede bajar el logo de internet y usarlo como le pete. Y es verdad, otra cosa es que no sea un delito utilizar los símbolos institucionales sin la autorización competente. ¿Existe? Y si no hay permiso, ¿a qué demonios espera para tomar cartas en el asunto? Nadie lo sabe. El señor Aliaga, que tanto presume de buena fe, seguramente la regale a espuertas. Basta con cruzar el umbral de su despacho y comerle bien la oreja. Así es la fe. Cuando la política se convierte en una cuestión de fe acabamos metiendo a los curas en los hospitales madrileños, que es precisamente lo que quiere doña Esperanza Agurirre privatizando la sanidad pública: dejar a los médicos al albur de la buena fe de los sanatorios católicos, que suelen ser del Opus Dei. La fe y el dinero, sin embargo, suelen darse de leches y conviene a los socialistas separar muy bien las creencias de los proyectos viables. Cuando se habla de negocios se mira a la gente con lupa, no se le regalan los logotipos institucionales y se les deja campar a sus anchas. Los números y las cuentas corrientes son objetivos y para chuparle la oreja a un consejero de industria basta con tener una lengua larga. Al señor Aliaga le han obturado el oído de tanta saliva y ahora no escucha bien, piensa que la hemos tomado con él porque no hay otro más a mano. Por eso se defiende diciendo que habla en inglés por correo electrónico, que se preocupa mucho de situar a Aragón en el globo terráqueo y que criticándolo todo demostramos lo que somos: unos antiguos. Incluso está convencido este hombre de que apoya los inventos aragoneses mandando a un ingeniero de la Toyota para que investigue un motor en Serbia...

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