Humildad
Crónicas
© Sergio Plou
viernes 9 de mayo de 2008

      A todos nos cuesta ser humildes. Las relaciones de poder se descuelgan en cada conversación, incluso entre las gentes más maravillosas una persona apocada y modesta, respetuosa y servicial, está muy mal vista. Enseguida se le suben a la chepa o la toman, como se decía antaño, por el pito del sereno. La disponibilidad es como la entrega, un cheque sin fondos. Algo semejante a la fiebre o al amor. Quien actúa sin esperar nada a cambio se desarrolla en un caldo de cultivo masoca, tal vez porque lo lleve en los genes o le meta marcha. Las actitudes más altaneras no merecen ningún respeto, más bien al contrario, promueven la chanza y resultan indignas. Sobre todo cuando conforman el nudo gordiano de una profesión o simplemente verifican un comportamiento falso. El mundo está lleno de amables sujetos que esperan una compensación por realizar un esfuerzo seráfico, así que ser humilde, a menudo, entra en el ámbito de las propinas y con frecuencia pisa el miserable terreno de la pobreza. La humildad mal entendida es una competición de lisonjas para los más pelotas. Incluso se advierte en los más tímidos como una extraña forma de llamar la atención. Los individuos que funcionan a cara de perro lo detectan a la primera de cambio. No entienden de bonitas palabras ni de gestos melifluos, su realidad es una selva donde el que más chufla se convierte en capador. Cuando te manejas bajo la estética del tanto tienes tanto vales y te instalas en semejante duricia toda sensibilidad brilla por su ausencia. Lo sutil entonces es propio de adinerados o de enfermos. El detalle toma el rasgo de un lujo fuera de tu alcance o el desagradable síntoma de una carencia. Como no hay tiempo de andarse con melindres parece mejor no darle vueltas a la olla, siempre encontraremos en qué ocupar el tiempo cuando lo principal es ir al grano, llegar a acuerdos y formalizar nuestros asuntos. Ser humilde en estos casos te reduce a lo insignificante, o eres dócil o eres servil, de modo que no es un valor que cotice al alza. Apenas se le descubren ventajas a la humildad, o es equívoca o nadie la entiende, de esta manera la hemos desterrado del conjunto de nuestras virtudes.Casi siempre poniendo énfasis en el coraje, la garra y el frenesí.
      A medida que vas cogiendo años te das cuenta de que en el corral de la sociedad los pollos que más saltan suelen ser precisamente los que menos tienen que ofrecer. Sin embargo es común dar el cante y los que más se jactan aireando sus menudillos son los que se llevan el gato al agua. Viviendo en permanente exhibicionismo, nos cuesta comprender hasta qué punto es facil perder lo que con tanto ahínco hemos conseguido. Nadie puede estar brincando toda la vida ni a todas horas viviendo en un candil, pues llega un momento en que resulta hortera o sencillamente cansa. La más elemental economía de fuerzas sugiere de cuando en cuando hacer un ejercicio de humildad. Lejos de la estupidez o la locura, ser humilde es un estado circunstancial del carácter: una manera de conservar nuestra energía. Las personas más humildes que he conocido son casi magnéticas y en verdad muy poderosas. De vicios escasos y de costumbres sencillas, hablan poco de sí mismas y sólo cuando les preguntan con sana curiosidad. Aunque no creo que llegando al mutismo se alcance la ataraxia, es cierto que a los más lenguaraces les interesaría abrazar el silencio alguna vez para no caer en la arrogancia. Al fin y al cabo la humildad es un arte muy delicado y convierte en misterio lo que toca. Por lo que he podido conocer, para ser realmente humilde hay que sentir en tu interior una fortaleza a prueba de bombas. Desde luego no he tenido la fortuna de averiguar cómo se manejan este tipo de personas en la más estricta intimidad, en cambio muchos ingenuos han logrado darme el pego. Hay criaturas que en momentos de lucidez resultan tan humildes como algunos alcohólicos, cuyo estado deslumbra al primer fogonazo. Aunque dicha emoción nos asalta de manera inestable y fortuita, mal que bien todos hemos reconocido la humildad en la mirada ajena e incluso fugazmente en la nuestra. ¿Cómo se mantiene? ¿Es posible aprender este secreto o nos enfrentamos a una mentalidad adquirida bajo años de renuncia y sacrificio? ¿Hay que tener de antemano alguna cualidad específica? ¿Acaso es necesario carecer de algún compente vital? No conozco ningún centro donde se impartan humildades. Nietzsche —el insigne filósofo— mientras montaba su madelmán, no observó que las personas del futuro necesitasen este atributo bajo ninguna circunstancia, entiendo pues que para construir súperhombres habrán de gozar de un orgullo y de una vanidad excelentes. Las propias limitaciones representan una carga tan pesada que es muy sencillo precipitarse al vacío. Ya lo decía Sócrates: «sólo sé que no sé nada». Sin embargo, entre la ignorancia y la sandez existe un vasto territorio de oportunidades para el conocimiento. Y entre todas, tal vez sea la humildad la más compleja de explicar con palabras. Supongo que es una cualidad tan pasajera que hay que agarrarse inmediatamente a ella cuando la encuentras para no sentirse un completo imbécil.

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