La lenta agonía del sistema
lunes 13 de junio de 2011
Sergio Plou
Artículos 2011

   Nuestro nivel de vida no es compatible con su codicia o, dicho de otra manera, nos sobra mes para tan poco sueldo. Si existe el sueldo, claro. Los señoritos de ahora, los altos ejecutivos, consejeros y grandes accionistas, banqueros y políticos que conforman la casta que nos gobierna, continúan empecinados en dejarnos con una mano delante y otra detrás. Como afirma David Christian en su libro «Los mapas del tiempo», la sociedad se ha convertido en un nicho económico para la cúpula dominante. Nos tratan como si fuéramos animales de granja, simples pollos, aves de corral. Nos cortan el pico y las alas, también nos adjudican espacios minúsculos —ya sea en régimen de alquiler o de hipoteca— donde cada ejemplar sobrevive como puede mientras paga su propio engorde, sacrificio y posterior entierro. La factura incluye el bienestar de los amos, sus curas y escopeteros, así como el mantenimiento del cortijo, la competitividad de los siervos y su productividad. En este contexto de criba, y lejos aún de una rebelión generalizada, a este paso nuestro mayor logro será el derecho a una muerte digna, aunque la paguemos de nuestros bolsillos. Así que va siendo hora de despertar. Todavía permanecemos en estado hipnótico, influjo bajo el cual hemos llegado a creer que la libertad es un artículo a merced de caprichosas ofertas e inagotables demandas, un lujo al que sólo tiene acceso una minoría selecta y sin escrúpulos. A juicio de esta élite, nuestro problema es la sobreducación. Si fuéramos tontos nos iría mejor porque sufriríamos menos, de ahí que procedan a recortar la sanidad y la educación para hacernos felices, el resto vendrá por añadidura.

   De seguir por este camino pasaremos en un futuro no muy lejano de una sociedad plutocrática a otra de marcado carácter feudal, similar a la que asfixia a los asiáticos, que viviendo para trabajar no ganan en cambio lo suficiente para malvivir. En todos los ámbitos sociales se mastica la obvia desesperanza que conlleva este proceso degenerativo y en relación a su peso y tamaño hacen pronósticos sobre rescates y privatizaciones, alargando el proceso de esta lenta agonía. La globalización es un fenómeno que permite expoliar países enteros usando el arma de la deuda,  pero que todavía se muestra incapaz de ocultar el orígen de la gangrena.  Desde la base sólo se intuyen los casos agudos
Acampada de Sol se disuelve ayer por la Gran Vía madrileña
de corrupción y clientelismo, de modo que la población más afortunada prefiere tragarse el cuento de la alternancia política. Se mantiene ajena al desastre que nos viene encima porque la ingenuidad del bipartidismo, la creencia de que existen aún las derechas y las izquierdas, continúa latiendo con fuerza en sus cerebros. Mucho tendrá que empeorar la situación para que levanten el culo y se defiendan.

  Mediante la interconexión municipal, autonómica, estatal e incluso continental de las estructuras, la casta dirigente intenta disimular la enorme estafa que se desarrolla a nuestras espaldas reduciendo el protagonismo ciudadano al simple papel de comparsa, espectador e iluso votante cada cuatro años, pero a medida que avanza el control y se marchitan las pequeñas conquistas sociales resulta más complicado ocultar este guiñol. La firma del llamado «Pacto por el Euro» durante el fin de semana garantizará en Europa que ningún país pueda escapar al «salvamento» de los bancos, gracias al abrazo del oso que ejercerán al unísono sobre el continente el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial e incluso el Banco Central Europeo; tres gigantes que rematarán la faena.

   Una franja nada desdeñable de la sociedad civil no cree ya en un sistema que premia a las grandes entidades financieras y corporaciones multinacionales mientras empobrece al conjunto de la ciudadanía, sin embargo la casta política continúa favoreciendo intereses nefastos, por eso su autoridad y la de sus fuerzas del orden está en serio entredicho. Comenzamos a cuestionarnos lo que vemos y lo que oímos, la incredulidad se manifiesta con descaro de forma pacífica, articulando de nuevo a la población pero ahora sin intermediarios de ninguna clase. A título individual, mostrando indignación y repulsa, harta de la manipulación y deseosa de un cambio profundo.

   El detonante, lo que ha puesto a cada uno en un sitio, es la denominada crisis económica. Gracias a esta hecatombe hemos comprobado que los intereses de los partidos mayoritarios defendían a las clases más acomodadas en perjuicio de la mayoría de la población. Es la gota que ha colmado el vaso. Observar que los movimientos especulativos, que los sueldos de los ejecutivos e incluso los salarios de los políticos no sólo eran intocables sino que iban creciendo en progresión al empobrecimiento de la sociedad nos ha abierto los ojos a una realidad distinta. Entender que las pensiones de nuestros representantes no tenían nada que ver con las nuestras y que el hecho de jubilarse más allá de los 65 años, comparado con sus prebendas, era una afrenta al sentido común, nos ha puesto en el disparadero de comprender la Historia que vivimos de una manera diferente. La transición de la dictadura a esta democracia vigilada está tocando a su fin. No nos sirven las estructuras heredadas del franquismo, que fueron y siguen siendo tuteladas por los grandes agentes sociales para mayor gloria y beneficio de la pirámide económica. Tras una guerra civil, cuarenta años de franquismo y otros tantos de domesticación,  hemos llegado a un punto de
Chubasqueros de la Expo contra el ayuntamiento de Zaragoza
no retorno. En esta decadencia, ni las generaciones que cumplen hoy los cuarenta años ni las que adquieren su mayoría de edad, pudieron votar en su día la Constitución que hoy rige nuestra vida cotidiana. Cuando está en juego el destino de generaciones enteras, no hay razones para asumir como propia una carta magna que no garantiza el control de la gente sobre sus representantes.

   Tenemos derecho a nuestro futuro. Existen suficientes herramientas tecnológicas que permiten una participación directa en cuestiones que afectan a la mayoría, así que no hay causa aparente que nos impida tomar decisiones acerca del gobierno de un país. El paternalismo de la casta gobernante, la que realizó la transición, tendría que favorecer el cambio hacia un sistema abierto, y sin embargo se encastilla en sus privilegios a costa del beneficio común. No es necesario llegar a las situaciones dramáticas que vive Grecia para que el parlamento devuelva al menos parte de su soberanía al destinatario original, el pueblo mondo y lirondo, donde reside y emana su poder. En la plaza del Sintagma, en Atenas, la población se vio obligada a impedir la entrada y salida de sus diputados hasta que al gobierno no le quedó otro remedio que convocar un referendum. Que no les guste el posible resultado no es una excusa válida para negar la consulta. Infantilizar a la sociedad dice bastante no sólo de los políticos que tenemos sino de los intereses que defienden. Los viejos partidos de siempre están condenados a sintonizar con la mayoría de sus votantes, en caso contrario, como pasa en media Europa, acabarán defraudando a sus propias bases y darán origen a movimientos nuevos. Sabemos de sobras que a sus jefes les importa un bledo. A políticos como el señor Rajoy, que se levanta 325.000 € anuales como registrador de la propiedad, más 150.000 € por dirigir su partido y otros 50.000 como diputado, todas estas tonterías le traerán al pairo. Pero conviene saber que su medio millón largo sale de las arcas públicas. No es el único que se forra a nuestra costa, por supuesto, pero podría ser el próximo presidente de gobierno y puestos a ahorrar tendría que dar algún ejemplo de renuncia. Sobre todo ahora, que crece el rumor de que podrían adelantarse a noviembre los próximos comicios.
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