La puntilla
lunes 7 de enero de 2008
© Sergio Plou
Artículos 2008

    Un síntoma grave de la frustación social se evidencia de manera cíclica cuando llegan las rebajas. Parto de la base que comprar más barato, si de veras hace falta, es de sentido común. El consumidor coherente, una especie en vías extinción, sabe aguardar a que llegue el momento propicio, planifica el gasto e incluso ahorra para adquirir fuera de temporada los bienes que necesita. Los comercios, conocedores de la existencia de clientes más talentosos, reducen la oferta de ciertos productos a un carácter testimonial. Dos o tres unidades constituyen el cebo, en ocasiones tan sólo una pieza sale a la venta incluso a precio de saldo, por lo que se organizan unas colas de espanto a la entrada de ciertos almacenes, unas carreras demenciales por los pasillos y a fuerza de empujones quien llega el primero se queda con la ganga. Las verdaderas rebajas sólo duran unos minutos, porque el resto de lo que se vende suele ser de peor calidad. Se fabrica ex profeso para dar el pego. El objeto, de hecho, se parece al que se vendía antes, pero ni de coña es el mismo producto. Se trata de un sucedáneo, una falsificación mejor o peor fabricada. Cuando es el mismo, resulta que se fue engordando la etiqueta paulatinamente para rebajarla después a su costo original, de esta manera se crea una rebaja ficticia. En cualquier caso, como las personas somos monos de repetición, los follones que se montan en los establecimientos actúan de reclamo y lo que se pierde en los chollos se gana en las compras compulsivas. El stock, el almacén, lo que no se ha colocado al público durante la temporada, se devuelve al fabricante. Las rebajas no son pues el negocio que permite el desarrollo de las modas, si no un artificio para continuar vendiendo después de un fuerte ciclo de compras. En navidades se prende fuego a la tarjeta de crédito y se entra en la cuesta de enero sin un clavo en el bolsillo, de modo que hay que mantener en pie el tenderete con artimañas y subterfugios. Lo más triste de todo este asunto es que el mero hecho de comprar se ha convertido en ocio. Se afloja la mosca por entretenimiento, la mayor parte de las veces el consumo es inútil, caprichoso y altamente perecedero. De paso oculta un buen número de enfermedades psicológicas, desde la ansiedad al abatimiento pasando por la obsesión y el rapto compulsivo, aunque también encierra tópicos, como el de la mujer despilfarradora, cuando se ha demostrado que son precisamente los hombres solteros los que más gastan sin ton ni son durante las famosas rebajas. Es lamentable observar a las personas cargadas de bultos en un día como hoy - festivo en la comunidad autónoma -, justo cuando acaba de concluir el derroche y las tripadas de estas fiestas. No alcanzo a comprender qué diablos les queda por comprar al día siguiente de la tradicional orgía de regalos que organizan los establecimientos. Con su bombillerío en las calles todavía sin descolgar y los altavoces, ahora mudos, que antes de ayer bufaban sus villancicos más petardos animando al malgasto.

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