El Cuaderno de Sergio Plou

      

domingo 23 de diciembre de 2012

Los ejemplos de Mariano




  Dentro de las estupideces que habitualmente sueltan los políticos en sus discursos, han llamado mucho la atención las que profirió Mariano en su reciente viaje a Afganistán, supongo que con el propósito de infundir moral a las tropas que el gobierno tiene allí instaladas y que nos cuestan a todos un potosí. Por no aburrir y resumiendo, vino a decir el jefe que si trabajáramos todos como militares la economía iría miel sobre hojuelas. Hay que entender esta sandez en el contexto habitual de las conmemoraciones navideñas, cuando el presidente efectúa un viaje relámpago al quinto pino para visitar a los soldados y lo mismo se llena con ellos la boca de mazapanes que de palabras huecas. El asunto es ponerse maravilloso.

  La población en su conjunto escucha después estas tonterías en los telediarios y no sabe si Mariano pretende militarizar a la población civil o simplemente nos está vacilando. A los jefes les encanta pasar revista y que se les cuadre la gente, por lo tanto no me extrañaría que en el fondo de su frío corazón, como corresponde a un registrador de la propiedad, estuviera deseando Mariano que recibiéramos sus leyes más nefastas sin rechistar, con la misma templanza que los militares: igual que si fueran órdenes. La tribu peninsular goza de unas tragaderas fabulosas pero es muy protestona y eliminando quizá esta tendencia a quejarse los amos del cotarro vivirían ya en el parnaso. No me cabe otra suposición después de oír la perorata. Ni se me ocurre pensar que el gobierno, con esta chanza, estuviera animando a los parados a que se alisten en masa al ejército, donde encontrarían un futuro boyante. En las empresas convencionales, cuando se establecen comparaciones asimétricas, se nos intenta asimilar a los asiáticos, afirmando que si trabajáramos todos como chinos otro gallo nos cantaría. Así que lo de Mariano resulta incomprensible.

  En la era de los chanchullos y las privatizaciones, es muy contradictorio asegurar que trabajando como soldados saldríamos de la crisis. Más que nada porque los soldados, hoy por hoy, no son otra cosa que mercenarios de la administración pública. Con la maquinaria bélica del estado como respaldo y un buen sueldo en la cartera es fácil currárselo bien, no en vano su ministro de la guerra dirige al mismo tiempo una empresa de minas anti-persona, y ése pájaro se lo curra todavía mejor. El resto de los mortales, si abandonáramos la cola del paro y nos alistáramos en el ejército de repente entraríamos en un bucle de imprevisibles consecuencias. Un país como este no puede permitirse el lujo de mantener colonias en el culo del planeta, sobre todo cuando los tanques peninsulares racionan el combustible en las maniobras o crían telarañas en los hangares. Es ridículo aflojar miles de millones de euros cada año en estructuras internacionales tan caducas como la OTAN, donde la voz y el voto de los socios se reducen a seguir las directrices norteamericanas.

  La defensa no es en cualquier caso lo más sangrante de la inoperancia y la desvergüenza gubernamentales. Hay que tener en cuenta que pagamos un auténtico pastón para sufragar estructuras como el Fondo Monetario Internacional, que nos devuelve después las colaboraciones recortando pensiones, derechos sanitarios, educativos y hasta judiciales. No es extraño que los amos del guirigay monetario se nos meen en la oreja y que, a costa de nuestra ingenuidad, se fundan medio millón en unas cuchipandas neoyorquinas francamente escandalosas. Y en plan gratis total para celebrar el año nuevo, con barra libre y a una media de quinientos euracos de gasto público por cubierto. Así se trabaja divinamente. Y de hecho, si todos trabajáramos, no ya como militares si no como ejecutivos del Fondo Monetario Internacional, viviríamos en el mismo cuerno de la abundancia.