Los faroles y la conciencia
martes 5 de febrero de 2008
© Sergio Plou
Artículos 2008

    Reconozco que pasito a pasito vamos cambiando la mentalidad en algunas materias. La ciudadanía está más abierta a tolerar otras formas de pensar y yo mismo me descubro más suave en la crítica, menos radical en las expresiones, porque tampoco me causa la misma ira que durante la juventud esas cabezas de chorlito a las que a menudo les falta más de un barniz. No hace falta gozar de una vasta cultura para darse cuenta uno de que le están mintiendo. La experiencia cubre la ignorancia a fuerza de repetir argumentos y si te la dan con queso en varias ocasiones, tarde o temprano se te ilumina la bombilla. El partido conservador de esta comunidad autónoma se ha visto entre la espada y la pared con el triste y viejo asunto del trasvase del Ebro, y a su presidente, Gustavo Alcalde, no le ha quedado más remedio que poner cara de póquer. No es la primera vez que ocurre, aunque no estaría de más que fuera la última. Su partido en Madrid, para evitar la dimisión de Gustavo, coge la goma y borra del programa electoral el ripio del trasvase. O le aplica medio litro de rosa mosqueta para que le desaparezcan las arrugas. Para el caso es lo mismo. Que un asuntillo no aparezca en el programa electoral de un partido no significa nada. Si me apuran, a estas alturas el prestigio de los políticos es tan bajo que da igual lo que escriban en sus panfletos. Sólo cuenta lo que hacen cuando llegan al poder. El poder, de todas formas, ya no es lo que era. Los gobernantes se han convertido en meros intermediarios de las grandes empresas multinacionales. Así que el órdago de don Gustavo es un farol. Sería encantador que don Mariano, puestos por una vez a ser claros, diera por perdido Aragón y dijera que sí. Que el trasvase, si llegan a tocar poltrona, se hará. Y que por ende don Gustavo cogiera los bártulos y a otra cosa mariposa. Al ilustre vecino, el señor Domingo Buesa, que ya se las ve de gran jefe en la Mañolandia conservadora, no le caerá esa breva. De modo que el trasvase y los peperos seguirán jugando al póquer con las cartas marcadas. Aguantando los rebuznos de la Conferencia Episcopal, que no se disuelve pero que les está haciendo mucha pupa. La España rancia que defiende doña Esperanza en los madriles - a la que llaman la nueva Margaret Thatcher - tomará las riendas del partido de Rajoy si pierden en las urnas. Seguirán asistiendo a las manifestaciones pro muerte. Gritando mucho a las puertas de las clínicas de interrupción del embarazo y negando a los abuelos terminales la morfina de su último aliento. El valiente y sincero relato del escritor Javier Reverte en el dominical de El País, podría abrir un nuevo frente de opiniones en la contienda electoral, pero en el fondo hablaba de algo muy simple: la misericordia. Contaba la triste realidad de su madre en el Severo Ochoa de Leganés. Las sedaciones a los enfermos terminales, a las que se opusieron en los juzgados los conservadores madrileños, no constituyen delito para los jueces. Pero ahí está el Partido Popular, erre que erre, sosteniendo los argumentos más arcáicos. Parecen condenados a seguir así durante lustros. Allá ellos y con su pan se lo coman, pero si no tienen conciencia, que respeten la ajena.

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