«Making of»
viernes 15 de agosto de 2008
© Sergio Plou
Artículos 2008

    El «making of» o «cómo se hizo» en las películas norteamericanas es un clásico que antecede a la presentación de un largometraje y que sirve luego como publicidad. A este tenderete de los anuncios suele añadirse un corto con las tomas falsas, que cada vez son más falsas porque se preparan de antemano para que resulten graciosas y por lo tanto sólo hacen reír a los cortos de reflejos. Antonio Montero, el paparazi de Teleobjetivo, logró pillar hace unos días a doña Leti en bikini haciéndole unas cucamonas a la Queen-Sofi abordo del yate. Para lograr la foto, el gacholis tuvo que lanzarse al mar desde una lancha y darle a las aletas hasta llegar a la Cueva Azul en la protegida isla de Cabrera, alcanzando allí un peñote situado a unos quinientos metros de la embarcación de los monarcas —el Fortuna— y disparando una y otra vez sus instantáneas hasta que logró unas cuantas tomas que merecieran la pena. La pena se vendió después por trescientos mil euracos en forma de reportaje, donde podían verse a don Feli, con sus gafas de bucear, a la infantilla doña Leo y a los invitados, Alia de Jordania y su maridito. Todos en paños menores, por supuesto. Amén de la esbelta figura de la princesa, se pueden apreciar también las magras, michelines, celulitis y demás imperfecciones del resto de la monarquía hispana y sus adláteres. No me extraña que Antonio Montero, el paparazi, ponga ahora sobre la mesa el «making of». El mero hecho de contar cómo te lo has montado sirve para rader las migajas y apurar los beneficios, igual consigue nuestro campeón sacarse medio kilazo, quién sabe.
    El modelo del «making-of» desgraciadamente no se utiliza para otros menesteres. Estaría muy bien que tras una guerra salieran los amos diciendo cómo se lo hicieron en Irak o en Afganistán para tomarnos el pelo a todos y sacarse un pastón. Lo más parecido a un «making of» es la desclasificación de documentos oficiales tras quince o veinte años de ocultismo. Lo chungo es que los investigadores se ven obligados al recorta, pega y colorea de millares de papelitos estampados con el sello del «top-secret» y se tarda un torrado de tiempo en juntar las piezas. Las últimas chispas de la Guerra en el Cáucaso, por ejemplo, no tienen «making of» sin embargo acaban de firmar los polacos con los norteamericanos el asentamiento en su suelo del escudo antimisiles que les vendían los Bush a precio de saldo. El rádar estará en la república checa y los pepinos en Polonia. Los muertos de Osetia han puesto los pelos de punta a los países bálticos, a los del antiguo Pacto de Varsovia e incluso a los ucranianos. Así que los yanquis, con el show de Georgia, han logrado colocar en Europa lo que antes les resultaba dificil de endiñarnos. Ya tengo ganas de ver el «making of».
    En la carrera por el poder en Yanquilandia tampoco hay «making of» pero el best-seller «La Nación Obama», de Jerome Corsi, parece un libro de estilo para los neocón, que ya no saben cómo quitarse de enmedio al advenedizo con ínfulas de jefe que quiere quedarse con el negocio. El panfleto no cuenta verdades sino que hace un retrato muy torticero del candidato presidencia, al que tacha de radical de izquierdas y le acusa de mantener conexiones islamistas. El «book» se ha convertido en un superventas y el próximo domingo aparecerá como «number one» en la lista de los más vendidos del New York Times. La maquinaria intoxicadora del conservadurismo se ha puesto en marcha en contra de Obama, no porque sea un sujeto peligroso para el sistema, más bien porque amenaza con quedarse toda la tarta y comerse él solito su pastel. La familia Bush y la familia Cheney monopolizan las armas, el petróleo y la estúpida guerra contra el terror, razones contundentes que les reportan soberbios millones de dólares cada año. Está por ver si esta gentuza se despega fácilmente de sus poltronas o montan una gorda para perpetuar sus culos en la Casa Blanca. Mostrarnos a Barack Obama como si fuera Bin Laden es propio de un cómic, pero en Estados Unidos las idioteces pesan lo mismo que las verdades, al fin y al cabo son parte del «making of» que mueve el mundo y los billetes de banco.

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