El Cuaderno de Sergio Plou

      

miércoles 29 de septiembre de 2010

Maldita normalidad




  Como lo último que se pierde es la esperanza, siempre encaras este tipo de algaradas soñando con que las televisiones sufren un apagón digital e incluso analógico, que las radios se quedan mudas y los periódicos, igual que si fuese navidad, no salen a la calle. Sabes que no va a ocurrir, pero piensas por un instante que con un poco de suerte lo mismo no funcionan los teléfonos, ni los móviles ni los fijos, así que no podrás conectarte a internet y una vez que te vas del mundo imaginas que el agua no corre por los grifos ni responden los interruptores, porque también han cortado el suministro eléctrico. Tampoco hay gas ciudad ni se reparten bombonas a domicilio, de modo que en caso de tener frío tal vez haya que destrozar con un hacha los muebles y prenderles fuego en el cuarto de estar. Las gasolineras están cerradas, igual que los mercados, las tiendas, las fábricas y demás negocios, las escuelas y universidades, los centros deportivos y culturales y si me apuran hasta las iglesias y los bares. No se puede llenar el depósito ni el estómago, no circulan autobuses, taxis o trenes, hasta los aviones duermen en el hangar. Tan sólo están abiertas un puñado de farmacias y las urgencias en los hospitales, es decir, los servicios básicos para sobrevivir en el supuesto de sufrir un derrame. Para mí esto sería lo normal durante una jornada de huelga general: que todo está chapado a cal y canto y las capitanas, en el mejor de los casos, corretean por las calzadas del país. Algo similar a lo que ocurre en las películas norteamericanas cuando nos muestran el fin del mundo o muy parecido al menos a lo que anuncia Santiago Niño Becerra en su libro sobre el crash de 2010.

  La normalidad, sin embargo, es un concepto muy relativo. A lo largo del día, el gobierno de Peta Zeta se ha hartado de decir que la jornada transcurría con absoluta normalidad. Y no era así, porque el párrafo anterior no se asemejaba a la realidad más que en ligeros matices. Que Tele Madrid no haya podido emitir su habitual bodrio televisivo desde luego que es un éxito, sobre todo en los duros tiempos que corren, pero no hace falta una huelga general para emprender semejante tarea. Cualquiera que sepa lo que ocurre en Tele Madrid no se explica que aún no le hayan prendido fuego pero, ironías aparte, todo lo que ha ocurrido era bastante previsible. Empujones, alguna que otra hostia, neumáticos ardiendo, atropellos incluso y los clásicos piquetes en las cocheras de los transportes colectivos o a las puertas de las fábricas. La foto del Corte Inglés tampoco podía faltar. El resultado ha sido desigual, pero con el control que existe en la actualidad y lo lavado que tenemos el coco, es sorprendente que todavía se haya podido sentir el aroma de la huelga. ¿Bastará para que el gobierno rectifique? El empleo del término “normalidad” augura escasas posibilidades de éxito. Zapatero podría haberse inventado otra palabra, pero ha preferido utilizar la misma que en su tiempo pronunció Adolfo Suarez (en 1976 y 1978), Felipe González (en 1985, 1988 y 1992) y José María Aznar (en 2002 y 2003). Durante todas las jornadas de huelga general que he vivido hasta hoy he escuchado siempre la misma cantinela y ninguno de los gobiernos que la pronunciaron se bajaron después de la burra. Así nos va.