Manual de autoayuda para políticos
jueves 16 de junio de 2011
Sergio Plou
Artículos 2011

     Pasé una tarde bastante agradable oyendo la sarta de tonterías que iban lanzando los medios de comunicación acerca de lo que estaba ocurriendo en Barcelona. Aún desconozco si se trataba de un «flash back», sufría una regresión hipnótica o en cualquier momento iba a ser teletransportado en el tiempo a cuando tenía dieciocho o veinte añitos, pero llegó un instante en que de la propia risa se me saltaron las lágrimas. Durante este «remake» incluso sentí lástima por la peña de mi edad, que no recuerda su juventud y ha perdido en el tránsito tal cantidad de neuronas que actúan ya como sus propios padres. Cualquiera que esté al día y busque información sin intermediarios, use las redes sociales con cierta asiduidad, tenga ojos para ver y oídos para escuchar —sin necesidad de pedirlos prestados— se habrá dado cuenta del paternalismo con el que nos tratan los medios convencionales, pero quien se deje llevar por la estridencia de las radios y las televisiones de siempre asumirán las ideas más descabelladas. Terminarán indignándose con los que protestan en las calles, como si ellos tuvieran la culpa de lo que nos pasa. Acabarán aplaudiendo a las fuerzas de orden público, gente maravillosa donde los haya y que si no fuera por ellos y su bendita paciencia hace tiempo que nos habríamos ido por el desagüe del fregadero. Contemplarán como víctimas a los políticos, sujetos de una integridad probada y de una honradez sin tacha, cuyo temple —siendo tan normales como nosotros y habiendo caído en la administración pública sin otro propósito que el de servir— les empuja a hacer honestamente lo que pueden y al mismo tiempo les ayuda a mantener firme el timón sin caer en las provocaciones juveniles.

   Bajo esta óptica es fácil crear una narración distorsionada, en la que un vasto grupo de descerebrados, sin oficio ni beneficio y de los que nada se quiere saber —salvo que actúan a mogollón, como una plaga— deciden a tontas y a locas impedir que los diputados catalanes entren en su parlamento. Insultan, golpean y salpican de pintura las gabardinas o chaquetas de los diputados, hasta los persiguen por las calles igual que un somatén y en el colmo del despropósito acorralan a un ciego y amenzan con robarle su perro lazarillo. ¿A dónde vamos a llegar? ¿Acaso no están pidiendo a gritos estos salvajes una buena crujida? Por supuesto, así que el próximo domingo 19 de junio no acuda a las manifestaciones contra el pacto del euro, porque ocurrirá cualquier cosa. Esta es la idea. Pero, ¿es verdad lo que nos cuentan o se trata tan solo de una cortina de humo? Desprestigiar a la sociedad que gira alrededor del movimiento surgido el pasado 15 de mayo se ha convertido en un deporte para la clase dirigente y están dispuestos incluso a sacrificar sus peones dejándolos a la intemperie, solos ante la vergüenza y

La quinta columna del trabajo sucio
el escarnio público. Es un suceso tan obvio —lo habrán apreciado en las grabaciones emitidas una y otra vez por televisión— que salta a la vista. Los políticos, según su importancia, fueron divididos en tres grupos de profesionales: los que iban a pie (aquellos que votan lo que les manda la cúpula y que trabajan para ellos), los que acuden al parlamento custodiados en furgonas policiales (mandos intermedios de los partidos) y los jefes propiamente dichos, que llegan volando en helicóptero. Desde primeras horas de la mañana todos eran conscientes de que a las puertas de la Ciudadela se apelmazaría una multitud, por algo habían cerrado el parque por la noche. ¿No había otra forma de solucionar el asunto? Por supuesto, pero se trataba precisamente de magnificar las consecuencias provocando una falsa alarma social en los medios de comunicación. El único problema era táctico. ¿Se indignarían a tope los manifestantes o habría que darles un empujoncito?

  El detonante, como es habitual, surgió de los grupos de inteligencia y en este caso en concreto de la brigada de información de los mossos d'esquadra, la policía autonómica catalana. En el video que adjunto a la izquierda se aprecia a los policías infiltrados aguardando la llegada de los antidisturbios. El material gráfico que identifica sus acciones fue requisado por la policía. No es la primera vez ni será la última que las fuerzas del orden incautan cámaras fotográficas y de video e incluso teléfonos móviles, ya lo hicieron en Valencia. Recuerden que en la primera acampada de Sol pasó tres cuartos de lo mismo: agentes infiltrados provocan actos violentos para que se produzca una carga policial y disuelvan a palos a los manifestantes. A falta de una excusa, están preparados para construirla. Si algo le falta al movimiento del 15 de mayo son profesionales de la seguridad que simpaticen con la causa, gente preparada en la observación de estas turbiedades y que colabore en su aislamiento. Para tratar con los políticos de a pie, los que engrosan las listas cerradas de los partidos políticos y que se limitan a votar luego lo que les manden, se precisan sociólogos en primera fila. Personas preparadas para tratar con individuos que no están integrados en la sociedad. Es también evidente que las conversaciones directas con los políticos de cargo intermedio tendrían que llevarlas psicólogos y terapeutas, y que el diálogo con altos cargos recayera en psiquiatras cercanos al movimiento, profesionales capaces de lidiar con taras de tamaño considerable y tolerancia escasa. No hay peor sordo que el que no quiere oír y los políticos con frecuencia sólo escuchan lo que quieren. Acostumbrados a un liderazgo vertical exigen de un movimiento asambleario que construya una cadena de mando. Es la oportunidad idónea para que sean tratados por especialistas en salud mental, muchos de los cuales simpatizan sin duda con las raices de las protestas.

  Si seguimos a pies juntillas cualquier manual de autoayuda, encontraremos que es muy importante no caer en el terreno de juego de la agresividad ajena para mantener intacto nuestro juicio. El medio más rentable para hacer cambiar de opinión a los agresivos es el afecto, no la ira. Es complicado besar a un guardia o abrazar a un político, no sólo hay que tener mucha sangre fría es que es un delito. A los políticos les encantaría que en las próximas manifestaciones, en vez de quejarnos, jugáramos al corro de la patata. Vivimos rodeados de líneas rojas por todas partes, así que es muy sencillo pisar cualquiera y que nos hundan la cabeza. Con la cantidad de cámaras que hay dispuestas por las ciudades es raro que ninguna de ellas detecte lo que ocurre y cuando lo hace sólo descubre que alguien es aporreado tranquilamente. La legítima defensa, cuando se emplea contra la policía, también es un delito. No lo olvidemos. ¿Qué se puede hacer ante alguien que no quiere escuchar y que esgrime sus privilegios para denostarnos y alejarse de nosotros? ¿No tienen bastante empatía cada cuatro años que aún exigen más? En lugar de insultarles, ¿debemos de lanzarles piropos? ¿Arrojarles flores en vez de pintura? ¿Manifestarnos en silencio para que no se molesten? ¿Contarles chistes para que suelten adrenalina? ¿Se vale cogerlos aúpa con el propósito de sacarlos por la puerta grande o es un delito también? Hay tantas líneas rojas que al pisarlas nos llevamos una sorpresa. No sabemos si estamos entrando en el plató del club de la comedia o en una revolución. Mientras tanto ellos siguen a su marcha y el que venga atrás que arree.
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