El Cuaderno de Sergio Plou

      


martes 1 de julio de 2014

Mecánica parasitaria




    Continúa la batalla entre los que están en el machito y los que quieren dar la vuelta a la tortilla. Ya se habrán dado cuenta de que es una pelea muy desigual, donde unos pocos tienen una fuerza y un poder desmedido en comparación al porcentaje de la sociedad que representan, y donde una mayoría se las ve y se las desea para llegar a fin de mes. O para llegar al ambulatorio. O para llegar simplemente a casa, después de sufrir un desahucio. De un tiempo a esta parte todos tenemos serias dificultades para llegar a algo.

    Los medios de persuasión, antes llamados de comunicación o simplemente analógicos, se están empleando a conciencia pero con escaso éxito a favorecer los empeños de los jefes. A los jefes, por lo visto, les hace falta un plus de cosmética para mantener la estabilidad y siguen vendiéndonos la moto de que el país está saliendo de la crisis. Nos cuentan que, a no mucho tardar y gracias al buen hacer de los mandamases, se nos abrirán las puertas giratorias del paraíso y para demostrarlo han empezado a cumplir su programa electoral. ¿Qué programa? El de toda la vida, ya saben, las promesas de la caspa son fáciles de aprender y se reducen habitualmente en una sola premisa: hacer caja. Y no hablo de cuidar la caja común, que la usan como les viene en gana, sino de abastecer su propia caja.

    Soy de los que piensan que toda esta chusma lleva cumpliendo su programa electoral desde el momento mismo que tuvieron acceso al tarro de la pomada. Los hay que llevan décadas embadurnándose en ella y lucen ya un cutis petrificado, a prueba de impactos. Hay que ver cómo se revuelven los jueces, atestados de expedientes sobre mangancias y corruptelas, mientras ciertos sujetos campan a sus anchas, como si fueran ajenos a la estafa que estamos sufriendo. Cada institución mantiene viva, y coleando su propia tribu de imputados, llegando a tal extremo la longitud de la ciénaga que fijamos la atención en los árbitros del Tribunal de Cuentas. El colmo ha sido descubrir con arrobo que todo allí se maneja en familia. Literalmente entre parientes, igual que una secta.

    Mi imaginación era incapaz de contemplar a los funcionarios del Tribunal de Cuentas como a vendedores de Avon o del Círculo de Lectores, cuya empresa, esta última, acaba de ser adquirida por el grupo Planeta. He de decir en mi descargo que mis escasas conexiones sinápticas tampoco llegaron a sospechar que en pleno centro de León podrían resolver sus diferencias los carcamales a tiro limpio, luctuoso suceso que puso el listón a la altura del barro. No es que la realidad supere a la ficción es que flirtea con la magia, así que también me ha pillado a contrapié que estuviéramos pagando a escote las pensiones privadas de los parlamentarios europeos.

    Al principio, por lo visto, los diputados ponían un euro en su propia hucha y los europeos les regalábamos dos, garantizándoles de esta manera una vejez de ensueño. Pero al final resulta que ya les estamos abonando el pack completo, qué diantres, porque toda lealtad tiene un precio y si han apostado fuerte contra las pensiones públicas casi es normal que vayamos costeando entre todos la longevidad de nuestros parásitos. Al fin y al cabo son de otra casta y se lo merecen, los demás estamos en este mundo para servirles y cuando ya no somos útiles que nos parta un rayo. Su política no va más allá de bajar impuestos, casi siempre los suyos. Privatizan hasta el aire que respiras, sobre todo si te lo traen en bombonas desde la seguridad social. Sus negocios y tejemanejes son lo que en verdad les interesa.

    Un gobierno de calidad, y más si presume de ser conservador, debe caracterizarse por la intensidad de los lamentos que propaga. Estoy convencido de que en las sedes del Banco Central Europeo y del Fondo Monetario Internacional en algún momento instalaron unos aullímetros con el propósito de medir el sacrificio que iban causando los recortes. Tal vez el mecanismo tenga un sensor que, al alcanzar los baremos establecidos, dispara automáticamente un buen fajo de billetes de banco en las cuentas corrientes de sus altos ejecutivos. No en vano, los aporreamientos en las calles, la masificación en las urgencias sanitarias y los motines escolares acompañan como una banda sonora a cualquier representante de la caverna durante su carrera profesional. Ayer estaban en Golman Sachs, hoy sientan su culo en el gobierno y si el aullímetro se sale de percentiles igual terminan mañana levantándoles un monumento, quién sabe.

    Estos fulanos son conscientes de que seguirán las protestas, y no porque les tengamos una especial inquina sino porque los jefes continuarán infligiendo dolor a la población. Lejos de atender a las demandas ciudadanas, los gobernantes maniobran con irritación ante las críticas, se enrocan en sus posiciones criminalizando cualquier demanda y cualquier demandante, de modo que todo es ETA a las afueras del poder. Y si no lo es, se le parece mucho. Mientras se enqusita el panorama hasta los próximos comicios, allá por mayo del año que viene, y para cubrir la voracidad de las grandes corporaciones y entidades bancarias, reducirán aún más las prestaciones por desempleo dejando en entredicho la inescrutable labor de la virgen del Rocío, a la que compensarán con alguna medalla. O con alguna ley del aborto. Incluso podrían ampliar la mordida que recibe su iglesia en las declaraciones de la renta. Como queda todo un año por delante, y en un año pueden pasar muchas cosas, las gentes del extremo centro comienzan a preguntarse también si no será mejor unir las elecciones generales a las municipales y autonómicas, reduciendo de esta manera el golpe que sufrirían más adelante y asumiendo de paso el control de los riesgos. Incluso están cayendo en la cuenta de que, si anticipan las elecciones, les convendría antes de nada cambiar las reglas del juego. Sacarse de la manga, por ejemplo, una ley que obligue a gobernar a la lista más votada. Aunque no tengan la mayoría, de este modo se evitarían después los engorrosos pactos por su izquierda. Otra medida sería reducir el número de diputados electos por provincia, ganando así otro gajo de representatividad. Cualquier trampa será buena si les permite ganar tiempo y mantener a buen recaudo sus privilegios.