Onírika
Crónicas
© Sergio Plou
jueves 13 de diciembre de 2007

   Llevo unos cuantos días dándole vueltas al inventario y no alcanzo a ponerme nota. Hay quien está dotado para la administración de los bienes materiales y en una sociedad como ésta lo tiene muy fácil. ¿Cuánto dinero he ganado? ¿Cuánto gasté? Si yo me rigiera por esta fórmula hace tiempo ya que habría terminado de hacerme preguntas. Que no duermo al raso salta a la vista, de modo que el inventario para mí es otra cosa. ¿Tal vez una cuestión de mecánica emocional? Probablemente. Me han llegado a decir que tengo visión de entomólogo y más que sentir vergüenza por recibir un piropo me ha dado miedo el uso de un calificativo tan poco sugerente. No es positivo dejarse llevar por las primeras impresiones, se ha demostrado que no suelen ser ciertas, pero no deja de ser triste que te comparen con un estudioso de los insectos. Además, cuando se emplea el verbo soler delante de cualquier otro, se deja abierta una ventana que da pávulo a todo tipo de posibilidades. Inquieta que las cosas suelan ser de una forma porque cabe la extraña posibilidad de que sean de otra. Hincar los codos, en cualquier caso, nunca ha sido mi fuerte. me veo más bien como un sujeto curioso. La misma distancia que hay entre el amor y los celos existe entre la curiosidad y la obsesión, pero es que yo nací herniado y manejo unos parámetros más condescendientes.
   La curiosidad me conduce a veces al arrobo, otras a la indignación, muchas aún al asombro y demasiadas veces al cotilleo. Depende de los sucesos. Que esta vida sea una jungla me suena a película de Tarzán. No me niego a ver el mundo bajo la perspectiva de un Livingston. La selva, en todo caso, es muy grande y hay momentos sin duda en que resulta muy peligrosa, pero el género es más variado y asimétrico en lo temporal. Desde el espagueti western a la comedia rosa, nuestra vida conviene que esté bien regada de videoclips, documentales y largometrajes. Hay quien es capaz de vivir incluso en un anuncio, allá él.
   Un año más he tenido la fortuna de no sufrir un episodio siquiera que bordeara el terror. Nadie ha venido a buscarme las cosquillas, de modo que en mi examen de aspas podría apuntarme un diez en suerte. Como no me creo que al final vengan a darte un diploma para saber si has aprovechado la vida adecuadamente, procuro que los sobresalientes no se me suban a la cabeza. Maniobrando así da la casualidad que tampoco me tomo a la tremenda los suspensos. Digamos que cada año se apodera de mi cerebro la necesidad de hacer un inventario metafísico. Nada más. Me sirve de guía para darme cuenta de la importancia que tiene vivir el presente. Aunque me da rabia, en los errores, que no se valga retroceder para meterles una lustrada, mi cambio de nivel de vida ha sido tan espectacular, tanto en lo económico como en el mapa bagüa, que no me queda más remedio que hacer planes y hacer funcionar de nuevo el motor. Todavía desconozco si la llave de contacto pone en marcha una lancha o un tractor. Algo similar le ocurre a mi piso de alquiler. La rara vez que recibo visitas, produce en los invitados la impresión de estar entrando en un espacio secreto y al mismo tiempo acogedor, sentimientos sinceros que si me dedicara al diseño de interiores podrían ruborizarme pero en mi caso, el de alguien que se dedica a tejer palabras, lo siembra de dudas y le desarbola el velamen. ¿Me habré equivocado de vocación? Nada más lejos de la realidad. Son los efectos secundarios de hacer balance. Tal vez sea un triller sobre la hora de la verdad. O de la onírica.

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