El Cuaderno de Sergio Plou

      


domingo 3 de marzo de 2013

Patria potestad




  Prohibirle a alguien el derecho a decidir me parece una soberana tontería. Ante una medida de estas características es lógico que la persona en cuestión, si no se larga de pronto, busque emanciparse a la mayor brevedad. Da igual la edad que tenga. A los seres humanos nos gusta disfrutar de cierta independencia y cuando no la tenemos intentamos aparentarla, tal vez así vamos generando a nuestro alrededor un poco de respeto, por ficticio que sea. Lo contrario, que es el juntarse en parejas, tríos o hasta equipos completos, se entiende como algo propio de la madurez, porque abre las puertas a un modo de convivencia entre iguales y autosuficientes. O al menos así debería de ser, porque el mundo está lleno de relaciones asimétricas. A mí me gusta lo asimétrico, creo que es imposible rayar la perfección por mucho que nos cueste evadirnos de ella. El problema no es la mayoría de edad, ni siquiera las estrecheces que atraviesan las familias multiparentales, simplemente nos resistimos a dibujar en el mapa las responsabilidades que compartimos. Actualmente, y así nos luce el pelo, se presta una mayor importancia a las económicas, relegando a órdenes inferiores todos aquellos méritos y virtudes que pudieran ensombrecerlas.

  Creo que hemos vivido siempre en una península centrípeta y tutelada, muy suspicaz, hipócrita y paternalista, homófoba, en exceso católica y al mismo tiempo cargada de supercherías. Sólo nos une el negocio y a veces ni eso, porque las grandes empresas siempre han gozado de un espíritu internacional. Y además tendente al monopolio. Los himnos y las banderas refuerzan una idea de pertenencia que a los dueños de las grandes corporaciones en realidad les importa un bledo, tan sólo se deben a los beneficios que genera su propio logotipo. Si van a vender más manteniendo juntas a las tribus, promoverán la unión y la concordia y si hay tajada en la confrontación serán los primeros en provocar el derrumbe de las estructuras. El hábil uso de las herramientas publicitarias y la fuerza del capital empujarán a la ciudadanía en la dirección económica correcta, aquella que determinen los amos del cotarro. Todo esto viene a raíz de las comparaciones que realizan los políticos a propósito de Cataluña, donde interpretan el derecho de autodeterminación como la libertad de emanciparse o de divorciarse, según el interés de cada cual. En cualquier caso, me parece chocante que los derechos que se reconocen a las personas se hurten a los pueblos.

  A menudo suelo hablar de la península ibérica, o simplemente de la península, por no referirme a España, ni siquiera al Estado. Creo que el concepto de lo que es España ha sido manipulado de tal forma por el nacionalismo español que sólo puede ser defendido –llevando el asunto hacia el terreno cómico- por sujetos al estilo de Torrente o la vieja del visillo. Y el concepto de Estado, refiriéndose al español, tampoco ha conseguido alumbrar nuevos misterios. Sobre todo cuando el Estado se pervierte, yendo contra la naturaleza de su existencia, privatizando los servicios públicos que está obligado a ofrecer. El problema es que al otro lado, en el nacionalismo catalán, nos damos de bruces con la misma leyenda y no encuentro ninguna grandeza en defender posturas arcaicas. Los inclusismos y los separatismos están cortados por el mismo patrón ideológico, por eso es tan fácil que sus defensores, igual que los bueyes almizcleros, se den de cabezazos entre sí y despierten los comportamientos más retrógrados entre sus huestes. Parto de la base de que todo el mundo tiene derecho a vivir su vida, incluidos los pueblos, pero no deja de ser triste que en la disputa se repitan los esquemas, dando origen a una réplica del mismo sistema. Una Cataluña independiente, tan neoliberal y tan corrupta como la España de hoy, se me antoja una pérdida de tiempo y de energías para los catalanes, así que entiendo los sentimientos pero no comparto los resultados. Mariano y Artur -Rajoy y Mas- representan las dos caras de una misma moneda, por eso me da la impresión de que se complementan perfectamente. Si estuviéramos representados por personas adultas y con vocación de servicio quizá podríamos resolver nuestros conflictos de una manera honesta y sincera, pero en manos de trileros cualquier intento de diálogo acabará en bronca y confusión. A mi me gustaría que todos los pueblos de la península se independizasen, incluso que fueran capaces luego de formar una confederación ibérica. Lo que me parecería absurdo es que llevara las riendas Passos Coelho, Mariano Rajoy o Artur Mas. Para un viaje así no se necesitan alforjas.