Pisando sangre, regalando millones
viernes 28 de noviembre de 2008
© Sergio Plou
Artículos 2008

    El Gobierno de Aragón, de la noche a la mañana, nos ha convertido en socios de la General Motors. Socios de pacotilla, claro. Las razones aparentes son obvias, que la gente que trabaja allí no se quede en la calle, de modo que le va a soltar doscientos millones de euros en préstamos para que fabriquen el Meriva. El Meriva no será un vehículo propulsado por hidrógeno o electricidad, lógicamente a los políticos estas chorradas les traen al fresco. Lo importante es que la tribu no se suba a la parra. Menos mal que la GM no fabrica misiles de última generación, ¿o sí? ¿Daría lo mismo exportar un tierra-tierra que un Meriva? ¿Y por qué no? Cuando consigues un talegazo de pasta a bajo interés —al 4,5%— y en épocas difíciles, lo lógico es hacerse con una parte del negocio o exigir a cambio una potente contraprestación. Los empresarios no son generosos, actúan por interés, conviene pues que no te tomen por tonto. Cuál es el interés de don Marcelino, ¿fomentar la iniciativa privada, cubrirse las espaldas o que no le lluevan chuzos de punta? ¿Dónde acabará la pasta? Igual termina en Chicago, que no es una pedanía de Figueruelas, pero nadie podrá decir nunca que don Marcelino no lo intentó. Y mucho menos antes de abandonar su carrera. Así son nuestros políticos, ponen el maletín sobre la mesa y la partida de naipes no ha hecho otra cosa que comenzar, para que no se diga que van de farol o juegan sucio. La GM podrá seguir haciendo coches aunque nadie los adquiera, es cuestión de tener a la población ocupada y a los accionistas contentos. Los negociosLos negocios son una ONG que se dedica a crear empleo. O a chantajearnos con destruirlo, que es el colmo. Todavía no entiendo por qué una fábrica de magdalenas resulta menos importante que una de automoción, tal vez salvaguardando todo el tajo en un sólo sector de la economía parezca imposible su hundimiento. Pero se me antoja un riesgo excesivo apostar los ahorros del futuro a un sólo jardín. ¿Cuánto abono necesita para no irse a pique? ¿Cuánto más se le dará si aún con todo no sale adelante? ¿Lo que haga falta? Me temo que sí. Y los accionistas de la GM lo saben, por eso pedirán más.
    Abriendo nuevos andurriales económicos se largó la presidenta de la comunidad de Madrid hasta la India, país con silla propia en el G-20. La aristocracia política penínsular se pasea por el mundo acompañada de empresarios y ejecutivos, buscándoles negocio de ocasión, recalando en hoteles de cinco estrellas y múltiples cometas. Ahora vienen de diciendo que Asia no es como la pintan. A la cúspide del lujo oriental llegan los desasosegantes disparos de las metralletas, las explosiones de las granadas de mano por los pasillos y te descubres pisando charcos de sangre. Los políticos y los empresarios europeos no están acostumbrados a jugarse la vida, se desencajan, se paralizan, piden auxilio y huyen. Son mortales. La India no se parece a sus despachos, ni siquiera cuando se registran en sus mejores hoteles, no me extraña que acaben regalando el dinero a las multinacionales para que no cunda el pánico. La pobreza y la miseria son la antesala del caos, y en el caos no se respeta nada. No les gusta verse atrapados ni al borde de la muerte, es una sensación incómoda. Sin embargo, en la supervivencia pura y dura se aprende de una manera eficaz lo que significa la existencia. Hay personas que, tras superar momentos muy duros, abren los ojos a una realidad distinta. Despiertan. Creen de pronto que es imposible encogerse de hombros o seguir maniobrando como si nada hubiese ocurrido. Desconozco si los empresarios y políticos que viajaron a la India y sin comerlo ni beberlo se vieron envueltos en circunstancias tan peligrosas llegarán a conclusiones distintas de las que en un principio les hicieron viajar tan lejos. La globalización y el libre mercado no es un fenómeno que ocurra al otro lado del mundo, es algo que te asalta allá donde estés. Acciones y medidas que se toman a miles de kilómetros pueden tener efectos en las personas que viven al otro lado del globo, así que hay que ser responsable. Asumir las consecuencias de los actos. Es muy humano contar delante de un micrófono lo que te has tenido que comer para salvar el pellejo, hasta resulta conmovedor. Quienes ocupan un cargo público, sin embargo, tendrían que estar en disposición de comprender que las sociedades occidentales han colaborado durante décadas a que la realidad sea precisamente así de temeraria y desagradable. Pisando sangre o regalando millones no se transforma ni se cambia, se continúa por la misma senda confiando en que el tiempo arregle los destrozos. Esperando a que se resuelvan las cosas sólo se complican los problemas. Huír o poner parches son la cruz y la cara de la misma moneda.

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