Sabihondos
domingo 16 de diciembre de 2007
© Sergio Plou
Artículos 2007

    La diferencia entre sabelotodos, sabihondos y pedantes seguramente estriba en calificar la magnitud del saber según su nivel de cargancia. Cualquier cátedra, para los ignorantes, puede ocasionar un catastrófico aburrimiento. Sobre todo si quien la imparte tiene pocos recursos divulgativos y resulta plasta. Como la derivación hacia lo plúmbeo se caracteriza en un sentimiento, se trata de algo muy subjetivo, y es probable que a la hora de someter al juicio de los sabios ciertas responsabilidades demos por supuesto que no acaben de ponerse de acuerdo y desbarren en debates cuya esterilidad puede ser muy prolífica, nadie lo duda, pero de escasa utilidad. En la televisión hemos visto debates apasionantes sobre la extracción de la trufa mediante agentes porcinos que sólo inducían al sopor del gran público, y cuyas conclusiones sin embargo se tomaban tan a pecho los entendidos que a un tris estaban de llegar a las manos. De modo que la teoría, en su profundidades, tiende a mostrarse teológica, desenboca en multitud de flecos que originan deshilachaduras por las que se pierden los pensamientos de los expertos y acaba - como decimos aquí - en agua de borrajas. De alguna manera hemos llegado a interiorizar que a la gente sabia le ganan las interminables charlas, esas sobremesas que conectan la comida con la cena y se extienden frenéticamente hasta el resopón, así que resulta conveniente fijarles a los más listos de antemano un jefe o cuando menos un moderador, para que no les den las uvas discutiendo. Y ahora más, porque en cualquier proyecto de cierta envergadura se necesitan estudios de futuro. No sólo prospecciones de mercado sino un poco de ciencia ficción. El último, y el más sonado, es el de la Unión Europea.
    La Unión acaba de crear un comité de sabios en política internacional para que estudien el futuro de Europa. Buscaban poner al frente una persona cuya sabiduría se fundara en la praxis. Un guía que llegado el caso condujera al resto fuera de los cerros de Úbeda, o al menos un lumbreras que comprendiera la sencilla máxima popular de que es para hoy. Y la Unión Europea ha puesto al mando a Felipe González, un hombre al que le he oído decir que debemos "hipotizar el futurible" (sic)... Sin duda es un conversador NATO (léase OTAN). Un político que en aras de convencer al gentío llegó al extremo no sólo de inventar palabras, sino al de disolver viejas ideologías e incluso montar somatenes en las alcantarillas del Estado. No es mal currículo. De abogado laboralista a miembro del selecto club Bilderberg, la mano negra que controla el mundo. En sus doce años de gobierno demostró que su imparable verborrea, esa mágica brocha que pintaba el lienzo de la realidad española con gestualidad hipnótica, era su mejor arma. Estoy hablando de una estrella de la comunicación multimedia, de un vendedor de primer orden para la mediana y tercera edad. En el territorio peninsular de los grandes animales políticos, Felipe González es el que manejó mayor poder y durante más tiempo en democracia, saliendo ileso después de las más terribles oloradas. Siendo un sujeto increíble, situacionalmente al borde mismo del cómic, en comparación con sus antecesores y con los que llegaron después a la Moncloa, continúa siendo lo más vendible en Europa. Es decir, lo más eficaz. Y en cierto modo me pone la carne de gallina. Claro que observo a Aznar, a Calvo Sotelo o a Suárez y no hay color. Pero yo imaginaba que ser un sabihondo era otra cosa.

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