Sin diagnosticar
Crónicas
© Sergio Plou
miércoles 12 de febrero de 2008

   No sé qué les ocurrirá a los demás cuando escriben, tampoco me come la cabeza, pero aparte del sentido del humor que deslice cada cual en sus páginas y de las ganas que tenga de darle a las teclas, suelo exigirme yo un mínimo de sinceridad. Ser sincero actúa como una brújula. Si algún garabato de los que escribo me suena a falso acabo por borrarlo y estos días tengo la brújula un poco imbécil, lo reconozco. Supongo que me acerco peligrosamente a esa edad en la que te rallas con cualquier cosa y si no encuentras una romana capaz de aguantar los pesos y las cargas en su justa medida, acabas recogiendo los bultos por el suelo. De modo que he decidido visitar a unas sexólogas, porque tanto self-service no puede ser bueno. Y no es que piense que se me vaya a caer a trozos, es que desconozco lo que es normal. O al menos lo más frecuente. Con el paso de los años he ido reduciendo mis amistades masculinas a la mínima expresión , al fin y al cabo los hombres mienten más que hablan. Y no sólo a estas edades, sino a todas en general, particularmente a la hora de hablar de sexo. Así que hubiera sido difícil descubrir de primera mano lo que me interesa sin acudir a unas profesionales. Me refiero a unas profesionales con título universitario, consulta abierta y sin derecho a roce. Las que se ocupan de echar un casquete en cualquier parte a cambio de un puñado de euros no me han interesado nunca. Desconozco si se lo montan así, pero a tenor de lo que he visto en las películas y en los documentales, que alguien se ponga a dar gritos para ver si acabas cuanto antes debería cortarle el rollo a cualquier sujeto con un mínimo de sensibilidad. A mí lo que me corta el rollo es la mentalidad del sábado sabadete. Me bloquea estar a disposición de este tipo de rutinas. Situar el cariño en una parcela tan reducida de la vida es de lo más kitsch. Y hablo de sentimientos porque no entiendo el sexo sin pasión. Igual que no comprendo el amor sin el deseo o el huevo frito sin pan. Dicen que las parejas, por ejemplo, a medida que pasa el tiempo, entran en el mejor de los casos en un estadio de compañerismo, como si la amistad fuera imposible entre heterosexuales que forman pareja. ¿No se trata de una razón "sine qua non"? Parece que no es lo más frecuente, así que las sexólogas pueden quedarse estupefactas. Lo más normal, por lo que cuentan los hombres, es que sus parejas ya no les gusten y que si se ponen pesadas les hagan un apañito por obligación. A mí me parece un escándalo tan lamentable como el del hombre persistente, este tipo de sujetos - al estilo de los guppies en un acuario - que no paran de dar la tabarra hasta que mojan el gonopodio. ¿Qué placer puede sentirse si has de pagar o das pena? No lo sé. La sexualidad está muy maltratada en los planes de estudio y acaba reflejándose en nuestra vida cotidiana. Nadie se conoce bien en un terreno tan resbaladizo. ¿O es que nadie quiere conocerse? Preferimos que nos lean las manos o nos hagan la carta astral. Cualquier cosa antes que asumir nuestras miserias. Tal vez con una buena terapia sexual podríamos llegar a comprender los barros más hondos que se agrupan en nuestras molleras. Muchos se ocultan en la glándula pineal de nuestra infancia. Otros tantos en la adolescencia. A mí me da un poco de apuro contarle mis cosas a unas desconocidas, pero cuando me da corte pienso que aún sería más chungo si tuviera que ir allí a pedir la viagra.

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