Sin presión
martes 8 de septiembre de 2009
© Sergio Plou
Artículos 2009

    Desde que se puso de moda la elaboración de listas sobre los asuntos más peregrinos cualquier circunstancia es manipulable según los gustos e intereses del que paga la encuesta. Su utilidad depende a menudo de la capacidad del analista, que está obligado a hacer tablas comparativas y sesudos crucigramas mentales para contrarrestar argumentos capciosos e hilarantes resultados. A mi escaso juicio, los informes que aparecen en los medios de comunicación y que nos describen los graves problemas que aquejan a la economía no difieren gran cosa del sistema que se emplea para conceder los récord Guiness. Siempre existirá alguien que logre hacer una actividad más rápido, más fuerte o más alto que otro, lo mismo da en solitario que en equipo. Que se trate de carreras de caracoles o de trepanaciones de cerebros no es lo más importante; es cuestión de crear unas reglas para participar y fijar unos baremos, después llegan las listas y se entregan los diplomas. Competir es la consecuencia del aburrimiento.
    Aprender, sentir, conocer, descubrir... Hay miles de verbos conjugables y creativos, emocionantes por sí mismos, que se ven subyugados al ridículo dilema de ganar o perder. Las listas de los campeonatos son interesantes en la medida que podemos intercalarlas. El Informe de Competitividad Global 2009-2010, elaborado por el Foro Económico Mundial y que ha sido presentado hoy por un afamado grupo de prestigiosos economistas, señala que España se encuentra en el trigésimo tercer puesto —el 33º, para los no dotados en nomenclatura ordinal— de los países del planeta. Y tan fabulosa noticia, como sabrán, enseguida ha saltado a las primeras páginas de los periódicos, abriendo de paso los informativos de radio y televisión, para que lleguemos a comprender una vez más que la recesión económica nos ha hecho caer cuatro puestos en la escala respecto al año anterior. ¿Es tan grave o en el fondo es una estupidez? Depende.
    Obtener 4,59 puntos sobre 7 supone sacar una nota brillante, y no soy un individuo dado a considerar los vasos medio llenos, pero me rijo por el sentido  común. Resulta sospechoso que por delante del  puesto asignado a España sitúen al sultanato de Brunei —una dictadura casi feudal— y por detrás a Chipre, estado que aún vive partido en dos, lo que cuestiona los propios indicativos del informe. Se califica la capacidad de competir económicamente según patrones del mercado internacional, cuyos intereses rara vez coinciden con las personas sino más bien con las corporaciones o los inversores más ricos. Esa es la razón de que Suiza se ponga por delante de Estados Unidos, y de que Singapur —la Andorra de Asia— sea el tercer país del mundo a la hora de competir. Si yo tuviera millones de euros, hasta el extremo de no saber qué hacer con ellos, y me importase un bledo el mundo, evidentemente colocaría mi capital en ellos. Ni loco vendría aquí y las razones me las dicta el propio informe.
    España, para los holdings y grandes corporaciones, es un territorio que protege a sus trabajadores —o sea, que resulta «altamente inflexible en su mercado laboral»—, goza de buenas infraestructuras —en el puesto 22º del mundo—, tiene una tecnología de lo más adecuada—en el 29º— y una esperanza de vida prodigiosa, que nos coloca en el 7º lugar. Pero no compite y eso debe ser malísimo, desconozco aún para quién. Supongo que la respuesta se deduce de los baremos que se aplican para elaborar el informe, que presta un especial atención a los asuntos que en verdad sólo preocupan a la elite económica.
    Esta gente es la que tiene luego el poder de construir con los datos una jabalina y arrojarla contra los gobiernos que no terminan de pasar por el aro, buscando de esta manera que no suban los impuestos a las clases pudientes y faciliten la mano de obra de usar y tirar. De modo que, lejos de caer en la depresión, casi tendríamos que alegrarnos. Los habitantes de nuestra península no compiten tanto como otros, cuyas diferencias sociales parecen más sangrantes. El problema de este tipo de informes es que no cuentan nada sobre la vida real de las personas, que reducen a balances contables con el propósito de agitar a la opinión pública en una única dirección y generalmente contra ella misma.

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