Soliviantarse
sábado 19 de abril de 2008
© Sergio Plou
Artículos 2008

    Por omisión, cuando se calla se otorga. Los jefes no quieren meterse en los asuntos internos de Cataluña, les parece chusco mojarse el culo con lo que ocurre más allá de Tortosa. Con actitudes tan poco universalistas no sales del cuarto de estar ni te despegas del mando a distancia. Se supone que el Estatuto de Autonomía, en el que tan graciosamente se proclama que las gentes de este charcal nos constituimos en nacionalidad histórica, gracias a la soberbia inútil de nuestros políticos nos convertimos de igual modo en guardianes de toda la cuenca del río que nace en Cantabria y desemboca en el Mediterráneo. El Estatuto que los políticos levantaron les obliga a defender sus leyes, no pueden esconderse bajo cuestiones semánticas. A lo hecho, pecho. Y si no que se atengan a las consecuencias: cualquiera podría esgrimir razones de metalenguaje para ocultar sus propósitos a la hora de cumplir la legislación vigente. Es tarea del Justicia de Aragón pronunciarse al respecto y en su caso emplazar al Gobierno Autónomo a que emita una declaración institucional. Es el último vestigo del imperialismo antañón de la vieja Corona, que se sustenta en un canal y en la sede de la Confederación Hidrográfica, así que conviene utilizarlo de la manera más ecológica y sotenible: si somos los guardianes del Ebro, actuemos como tales. Si tenemos en ciernes una Exposición Internacional del Agua, precisamente para concienciar al planeta de los problemas que surgen con el cambio climático, no podemos ocultar la realidad bajo el disfraz de las palabras.
    El Gobierno de Aragón está obligado por el Estatuto a reconocer que la tubería que conectará el Delta con Barcelona es un trasvase y debe disponer de todos los medios a su alcance para que no se acometa semejante medida. El recurso ante el Tribunal Constitucional es uno de elllos, aunque no sea muy eficaz. Que los regantes quieran vender el agua que les sobra no quiere decir tampoco que engordando sus cuentas corrientes actúen de la manera más sana para el ecosistema de la zona. Haría bien el alcalde de Zaragoza, al margen de sus posibilidades de maniobra en este timo de la estampita, tomando postura contra el «movimiento de caudales». La Expo ha de recuperar su credibilidad doctrinaria. Por muy pomposo que resulte, esta ciudad alberga la sede internacional de Naciones Unidas para algo más que lucir la banderita. De todos es conocido que, en aras de lograr que la Expo llegue a buen fin, se han saltado del programa muchos proyectos realmente ecológicos. Con una prepotencia digna de mejor empeño se ha metido incluso la excavadora en las riberas del Ebro, no sólo en el meandro de Ranillas sino en el Puente de Piedra, en el mismo centro de la ciudad, donde se ha hecho y deshecho como les ha venido en gana. Nadie puede engañarse de que la Expo será el escaparate sin proyección real más vistoso que se haya hecho nunca sobre el agua. Reconducir el debate internacional sobre el desarrollo sostenible comienza por asumir las verdades que más directamente nos afectan. Y la más obvia, en este momento, es poner el dedo en la llaga del trasvase. Aunque duela.

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