Tiralíneas
jueves 1 de diciembre de 2011
Sergio Plou

  Mariano recibe en la intimidad. Si va de buen rollo te sienta en el sofá y te endosa una copita, si te pone las peras al cuarto lo hace en seco y con la mesa del despacho por medio, a modo de trinchera. Como prefiere no abrir la boca en público, para no sublevar a la peña, resulta que hay que traérsela a domicilio, dice que así les toma las medidas y apaña un féretro de tamaño natural. La lógica consecuencia es que nadie pregunta ¿qué hay de lo mío? Basta una lánguida caída de ojos o un imperceptible gesto del mentón para hacerse una idea. Tras el apabullante triunfo de Mariano no se mueve una hoja. La estrategia consiste en pasar desapercibido mientras se observa la vara. Vuelve a estar de moda la clásica fórmula de sentar las nalgas, encenderse un puro y que vayan pasando. Mariano muestra maneras a golpe de habano y tirando de vitola, es su estilo de gobernar. Los grandes empresarios, que se conocen el paño, comienzan a quejarse montando corrillos, hablan de no perder el optimismo pero emplazan al nuevo jefe para que abandone los titulares y entre al trapo de una puñetera vez. Señalan que hay que bajar rápidamente los sueldos, desmontar la sanidad, la educación y el estado en su conjunto, no mentan la cultura porque hace años que no pinta una higa. Lo importante es desembarazarse de esos puentes de escándalo que tanto afean el calendario y despedir sin remilgos al personal, como hacen los chinos o los americanos. Tenían entendido los patronos que era llegar y besar el santo, coser y cantar, por eso les parece una pérdida de tiempo hacer el paripé con los sindicatos. Creen que si funcionan a este ritmo les van a dar las uvas.

  Mientras Mariano se lo piensa, los bancos centrales vuelven a inyectar borbotones de liquidez en los mercados olvidándose, como siempre, de echar algo sólido en los carritos de la compra, de modo que esta maniobra servirá tan sólo para gasificar una situación que cualquier día pasará al estado de plasma. La economía es hoy un fenómeno tan evanescente que produce fascinación escuchar las explicaciones que ofrecen los líderes sindicales sobre su experiencia con Mariano. Les oyes hablar de líneas rojas y azules y enseguida te colocan al filo de una embolia. Menos mal que la única predicción creíble sigue entregándola a raduales, sin freno y sin pausa, el gobierno catalán, que se apresuró ayer a congelar las oposiciones mientras anunciaba el despido inminente de su personal interino. No han presentado cifras ni porcentajes, como es habitual, pero reducirán el complemento específico en las pagas extraordinarias, podarán de paso medio Instituto de Salud y darán carpetazo a su aportación al plan de pensiones. Cargarse las ayudas del fondo social, comerse en crudo la productividad y los días de asuntos propios que disfruta una parte de la plantilla, dará al traste también con los vales de comedor para técnicos y borrará con tipex los beneficios que, para el cuidado de su prole, todavía gozaban algunos funcionarios. A la mayoría de nosotros, probablemente, ciertas ventajas laborales se nos antojan de otra galaxia. Las observamos con cierta envidia y basta que cualquier gobierno amenace con recortarlas para que el resto aplauda con satisfacción. A los políticos les encanta canalizar el malestar de una forma miserable.

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