El Cuaderno de Sergio Plou
   Sincronía
      


jueves 29 de octubre de 2009
Vicios (in)confesables
Patricia Mateo



“Y había otra cosa más que lo situaba por encima del resto: tenía en la mesa un libro abierto. En ese restaurante nunca nadie había abierto un libro en la mesa. El libro era para Teresa la contraseña de una hermandad secreta. Para defenderse del mundo de zafiedad que la rodeaba, tenía una sola arma: los libros que le prestaban en la biblioteca municipal; sobre todo las novelas: había leído muchísimas, desde Fielding hasta Thomas Mann. Le brindaban la posibilidad de una huida imaginaria de una vida que no la satisfacía, pero también tenían importancia para ella en tanto que objetos: le gustaba pasear por la calle llevándolos bajo el brazo. Tenían para ella el mismo significado que un bastón elegante para un dandy del siglo pasado. La diferenciaban de los demás.” Milan Kundera, La insoportable levedad del ser.

Aumentan las ventas de los libros electrónicos. Una amiga apasionada de los libros me dice que los cacharros que vendían en la FNAC eran bastante monos… y me asustó. Si ella claudica estamos perdidas. Ya ha habido y sigue habiendo mucho debate en torno a estos nuevos soportes. Sé que ambos formatos pueden convivir. Sé también (sólo sé que sé dos cosas) que las personas que amamos los libros de papel seguiremos llenando nuestras estanterías con estos estupendos y fieles amigos (aunque su precio haya aumentado de forma alarmante). Pero he de reconocer que me resisto a sucumbir ante los libros electrónicos. Estoy enganchada al correo electrónico, escribo en algún que otro blog, tengo cuenta en el facebook y leo la prensa digital, pero mis libros son de papel.

Me encanta ver a la gente leer. Es una imagen que me relaja y causa placer. Sale a relucir la cotilla que llevo dentro y procuro enterarme de qué están leyendo. Cuando trabajaba en una librería no podía evitar mirar de reojo lo que se llevaban los y las clientes. En el ordenador solía echar un ojo a qué se había vendido el día anterior. Si en la playa diviso un lomo de libro me pongo las gafas y fuerzo la vista para conocer el título.

Me gusta particularmente ver a las mujeres leer, claro que esto es una redundancia como otra cualquiera, pues siempre (en cualquier situación y circunstancia) disfruto más mirando a una mujer que a un hombre. En cualquier caso, y antes incluso de percatarme de esta predilección por las mujeres, siempre me han gustado los cuadros, dibujos y composiciones que retratan o plasman a una o varias mujeres leyendo. En este arte me parece particularmente sugerente Francine Van Hove. En los autobuses urbanos (frenéticos, raudos y veloces en esta ciudad) el tiempo parece detenerse y parece teñido de una belleza melancólica, cuando veo a una mujer leer un libro. Esto, desde luego, no ocurre cuando lo que tengo delante es un e-book (que ya el nombre tiene muy poco o nada de poético), y tampoco me entran ganas de intentar averiguar qué está leyendo la pasajera en cuestión.

Me gustan los libros que hablan de libros, de escritoras, de encuadernadoras, de imprentas, de pergaminos, escribas y demás familia feliz. Pero no concibo (quizá por falta de imaginación) emocionarme con un libro (da igual el soporte) que hable sobre e-books (lo cual no quita para que me gusten los libros de ciencia ficción). Me encanta el olor de las bibliotecas, encontrar notas (mías o ajenas) dentro de los libros, prestar y que me presten – devolver los libros prestados, recibir una llamada intempestiva de una amiga que ha encontrado una joyita literaria, pasar páginas deseando saber cómo terminará la historia pero resistiéndome a llegar al punto y final, sentir cómo se remueve todo mi ser al leer una teoría novedosa y revolucionaria, comprobar que hace cientos de años había visionarios/as que se adelantaron a su tiempo… Un vicio como otro cualquiera.

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"La comparación entre el libro y el elegante bastón de un dandy no es totalmente exacta. El bastón no sólo diferenciaba al dandy, sino que además hacía que fuera moderno y estuviera a la moda. El libro diferenciaba a Teresa pero la hacía pasada de moda. Claro que era demasiado joven para que pudiera tener conciencia de que estaba fuera de la moda. Los jovencitos que pasaban junto a ella llevando sus ruidosos transistores le parecían tontos. No se daba cuenta de que eran, modernos.”

Milan Kundera, La insoportable levedad del ser.


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