El Cuaderno de Sergio Plou

      

miércoles 23 de enero de 2013

Y no pasa nada




  Llevamos escuchando desde hace un par de años que si algún día levantamos cabeza las cosas no volverán a ser como antes. Este mantra, tan común entre los más finos analistas del régimen, no explica sin embargo a qué tiempos se refieren. Ni siquiera habla de cuáles son los protagonistas de ese antes. Si pedimos ejemplos acaban extendiendo las conductas de un segmento de la sociedad al conjunto de la población, atribuyéndonos a todos la capacidad de adquirir televisores de plasma o vehículos de alta gama. A su juicio, la posibilidad de acceder a los créditos con cierta facilidad nos nubló el entendimiento y ahora que vienen mal dadas no nos queda otro remedio que apechugar las deudas con resignación. Si fuese correcto que aquí hemos vivido del cuento, que nos crecen los pisos y los solares, los coches lujosos y hasta los yates, las teles de escándalo y las segundas residencias, podríamos entender el mensaje. Pero la realidad se encarga de hacernos bajar de la inopia gracias a los escándalos, comprobando que precisamente aquellos que disfrutaban de la opulencia continúan en sus trece y además se resisten a rebajar su derroche.

  Para mayor escarnio y en medio del escándalo de los sobres, precisamente aquellos que tendrían que dar ejemplo o cuando menos esmerarse en mantener un perfil bajo, gozan de un alegre nivel de vida esquiando en las cumbres de Armenia. Vemos en las redes sociales que un tal Bárcenas y su hijo —colaborador de una televisión rancia, del apasionante tinglado de la TDT party—, exploran juntos agrestes parajes con el propósito ingenuo de alcanzar la gloria. No sólo descubrimos una trama de corrupción en el partido del gobierno, podemos enterarnos igualmente de que al máximo cabecilla del enredo le importa una higa que le hayan pillado con veintidós millones en Suiza. La crisis no va con él. Ni la honorabilidad de la que tanto se habla ahora. Todas estas tonterías son un sacaperras bien diseñado para los que no son pudientes. Los que de verdad influyen y tienen pasta no dan puntada sin hilo y pueden continuar sin ninguna vergüenza trepando los riscos de la madre naturaleza. Es un ejemplo, pero otros tantos que viven o han vivido de las arcas públicas mantienen el estatus con similar desparpajo.

  También cuentan los cronistas que la consecuencia de haber vivido por encima de nuestras posibilidades (de tanto oír la tonadilla estoy convencido de que hablan de un grupo indie) traerá consigo una transformación social, tanto en los hábitos como en las costumbres, pero no explican el horizonte que nos encontraremos al final, cuando la sanidad y la educación hayan sido desmanteladas y poner una demanda nos salga por un ojo de la cara. Para resumir, nos dicen que tendremos que vivir con lo justo y que sólo saldrán adelante aquellas empresas que aporten un valor añadido a sus productos, así que la mayoría de la gente supone que estamos sufriendo una escarda de inciertos resultados y que lo único que recibiremos a cambio es un elevado índice de inestabilidad. De hecho nuestra vida cotidiana está cambiando. Se acumulan las estrecheces, cuesta un espanto llegar a fin de mes y en las esferas laborales somos todavía más obedientes. Hablo de los que conservan el trabajo o reciben pensión, porque el resto bastante tiene con ingeniárselas para sobrevivir. En esta tesitura es difícil mantener al alza valores como la honradez y el triste ejemplo que ofrece la clase política tampoco colabora en mejorar las expectativas. Como encontré hace unos días, curioseando el twiter , “los criminales de alto standing ya no dicen que parezca un accidente, sino que parezca una democracia”. A estas alturas, y con la que está cayendo, pedir al sistema que se parezca a lo que debería de ser es sencillamente imposible. Observen si no a los grandes jefes que acuden en helicóptero a Davos. Cada vuelo cuesta diez mil dólares. Y están a sus anchas.