La gira de Obama
lunes 21 de julio de 2008
© Sergio Plou
Artículos 2008

    El mensaje del candidato demócrata a la Casa Blanca nos está reconciliando a todos con los Estados Unidos. Nada puede ser peor que Bush Jr. como presidente, de modo que se apuesta por el futuro enternecedor, juvenil y afectivo de Barack Obama frente a la familia que durante dieciseis años ha gobernado los intereses del imperio. Los músicos latinos no dudan en apoyar el cambio con sus canciones en los anuncios del nuevo líder negro contra Mc Cain, su oponente republicano. Tras la derrota de Hilaria en las primarias, Obama tiene ante sí una carrera presidencial bien sembrada y si no mete la pata acabará llegando al poder en noviembre con toda tranquilidad. Sus técnicos y asesores vigilan muy de cerca todas sus apariciones públicas para que así sea. Las últimas, las que durante esta semana tienen lugar en Oriente Próximo, pasando por Irak y Afganistán, o por Jordania, Israel y Palestina, son el preludio de una clamorosa victoria. Obama se postula ya como jefe de Estado al aparecer en su avión pseudopresidencial en plena contienda bélica, con los cascos en las orejas calzado en helicóptero y dejándose ver en los conflictos internacionales como el sujeto activo del cambio norteamericano que está por venir. Evidentemente se trata tan solo de un cambio en las formas y los comportamientos, y aún esa mentalidad está en entredicho porque hasta ahora la gira de Obama por estos países demuestra pocos cambios en la política exterior. Más que de la gira, tendríamos que hablar del giro del próximo mandamás hacia las posiciones habituales de los mandatarios yanquis. La guerra de Irak no parece tan desagradable cuando permanecerán las tropas hasta el año 2010. Es un acierto fijar un fecha para la retirada, pero la vuelta a casa con el rabo entre las piernas se desplazará al norte, hasta Afganistán. Parece ser que los muertos de hambre en aquel territorio hecho polvo, que lo mismo resistieron a los rusos que a las tropas de todo el mundo occidental, merecen más efectivos. Supongo que algún día nos explicarán qué diablos hacen allí los soldados, qué problemas tienen y qué es lo que hay en juego para que Obama siga apostando por mantener la guerra en el país de las amapolas y el gas natural. Supongo que ese día entenderemos también por qué se invadió Irak o se montó la de Kuwait. Por de pronto, el candidato demócrata a sentar su culo en el despacho oval ya votó por mantener las escuchas telefónicas y restringir las libertades de la ciudadanía desde su escaño en el Senado, de la misma manera que apoya al gobierno conservador en su constante pulso con los ayatolás iraníes. Irán, desde las bases iraquíes y afganas, podría ser el próximo enemigo y en la gira de nuestra dulce promesa política, cuando llegue a Israel, tendrá la oportunidad de demostrar sus inquebrantables vocaciones de amistad hacia el pueblo judío. Pensar que Barack Obama se dispone a poner al Pentágono y a la CIA patas arriba supone demostrar una ingenuidad digna de mejor empeño. En Estados Unidos se llega a gran jefe con una hartada de dólares detrás, y las empresas bélicas, farmacéuticas, petroleras e informáticas se aprestan a soltar los cuartos sólo si el candidato se compromete a respetar y promover sus intereses económicos. Así que resulta complejo que una vez que haya llegado a la poltrona se desentienda el jefe de los compromisos adquiridos. Es más fácil hacerse el loco, engañar a los votantes o crear expectativas falsas. La única diferencia es que una mujer o un hombre de color pueden llevar a la práctica los intereses de las multinacionales igual que cualquiera, sólo es cuestión de que lo demuestren. Y en esas estamos. Obama no llegará a Palestina para decirles que cuando sea jefe todo será idílico y maravilloso, sino a confirmar que seguirá siendo imposible sacarles de la hambruna y la desunión, aunque hará todo lo que esté en su mano. Por supuesto. La carrera por el poder es sin duda decepcionante, entre otras razones porque se pierde por el camino la esperanza, los ideales y las promesas. El sistema democrático nos hace creer que «podemos», cuando el que puede es el de siempre. El sueño americano renace de nuevo con un líder negro, pero no tenemos que olvidar la perspectiva de que los sueños —por muy americanos que sean— distan mucho de convertirse en realidad. Al menos para la mayoría de los ciudadanos.

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