El Cuaderno de Sergio Plou

      


sábado 15 de septiembre de 2007

Rosa mosqueta




     A veces me sorprendo hablando de arrugas o de bolsas, de comisuras marcadas o dientes de café con leche. Y la verdad es que nunca he tenido un especial cuidado por la estética. A lo sumo cierta predilección por la colonia, líquido que suelo utilizar en pulverizadores con la misma profusión que se emplea el agua en un jardín. Han llamado mi atención sin embargo todo tipo de tarros, esos objetos de extraña belleza que pueblan las baldas de los lavabos y las bañeras, y cuyas etiquetas puedes ir leyendo mientras te abandonas a tareas fisiológicas. He de reconocer que la intimidad de los retretes ha empujado mi curiosidad hacia la cosmética, aunque sea de una forma circunstancial. Recuerdo que al principio de esta manía me causó estupor el hecho de averiguar que la rosa mosqueta o la baba de caracol pudieran de una lechada borrar las huellas del pasado en tu rostro. Me hipnotizó saber que una ligera capa de textura gelatinosa albergase en sus entrañas el magnífico poder de quitarte unos cuantos años de encima. Ahora me preocupa que unos productos tan sospechosos de resultar placebos, como la crema antienvejecimiento, liposuccionante, anticelulítica, reafirmante o clareadora de cualquier marca, sean capaces de irrumpir en mi futuro con vigorosa adicción. Y adelanto que no me lo he hecho mirar. Al contrario, me resulta agradable. El problema es que esa sensación placentera inhibe mi comportamiento.

     Hace tiempo ya que he dejado de creer en la publididad, y eso que todavía late en mi interior la absurda idea de que lo caro suele ser mejor y no el timo de la estampita. De sobras sé que mi cuerpo no recuperará jamás la lozanía de sus veinte años, y en el caso de que fuera posible tampoco me convendría, pues volumétricamente entonces tenía el chasis de un cachalote. Puestos a elegir, a nadie en su sano juicio le gustaría convertirse en el cómic de su propia existencia, pero estoy convencido de que tarde o temprano la cosmética y la genética irán por la misma senda y lograrán el cambio fundamental que ya piden nuestros cerebros. El de ser otras personas. De poco sirve alicatar la fachada si por dentro sigues siendo lo que eres. Tarde o temprano tomarán el mercado esencias con nombre de avatar y aplicándote un potingue saldrás a la calle poseído por el alma de un extraño.